
La Nave de los Sueños fue uno de los espacios culturales independientes que en tiempos del neoliberalismo de los noventa y con un clima de profunda desesperanza social, albergaron artistas y propuestas diferentes, haciendo de cuenta que la crisis se podía vencer con garra, creatividad, y los recursos que se tuvieran a mano. Al mismo tiempo, esos espacios generaban el encuentro de personas que lo vivían como un remanso en medio de la decadencia de de la época.
Con la idea de rescatar esa experiencia entrevistamos a Gabriel Patrono, activista cultural incansable y uno de los fundadores de La Nave de los Sueños, un proyecto que se convirtió en referente de la movida cultural independiente de la ciudad de Buenos Aires en aquellos tiempos. Movida que hoy, afortunadamente, tiene numerosas expresiones en los espacios culturales autogestionados que se multiplican a pesar de clausuras y falta de apoyo estatal. La nota estuvo a cargo de Federico Borobio, director de esta revista, quién también fuera integrante del equipo de La Nave. Rescate emocional y cultural.
Había una vez
Año 2000. La dirección y clave, calle Moreno, número 1379. Un viejo edificio de oficinas desocupado, a tres cuadras del Departamento Central de Policía. El frente no tenía carteles, avisos, ni siquiera un portero eléctrico. Solo un único timbre. Tocar, y esperar. De frente, la puerta del ascensor con una pequeña ventanilla, que al iluminarse nos indicaba que existía vida en el lugar, y seguramente alguien estaba bajando a buscarnos. Así era el primer contacto con La Nave: desconcertante. Llegando al segundo piso (siempre que el ascensor no siguiera de largo, ya que tenía carácter e independencia de criterio) cambiaba el tono de luz, se comenzaba a escuchar una música envolvente, posiblemente Portishead, y el misterio daba paso al “no lugar” donde el mundo se volatilizaba. Un espacio abierto en el cual confluían área de exposiciones, microcine, artes varias, una barra propia de boliches, comida casera. La entrada era libre, no había discusión posible en ese punto. Y la gastronomía, con precios populares. El espacio de La Nave de los Sueños en la calle Moreno, un proyecto del cual personalmente tuve la dicha de ser parte activa, era un lugar donde se cocinaban guisos, amistades y proyectos, donde se encontraban artistas, público, artistas-público, sin distinción de edades ni de tribus.
El lugar tenía otras características que lo hacían especial. Por ejemplo, su existencia se difundía mediante el “boca a boca”. Un día se dio por inaugurado el espacio, y comenzó a crecer sin detenerse. Arrancó con noches de diez personas, hasta colmarse con mareas noctámbulas que ocupaban los pisos alfombrados sin dejar casi lugar para desplazarse. Recomendaciones, grupos de amigos que se iban sumando, y un público plagado de artistas, productores, hacedores de proyectos culturales independientes, “gente de la cultura”, estudiantes, famosos del momento y famosos que aún no lo eran, personajes de la noche, todos desperdigados en pie de igualdad en los sillones, banquitos y alfombras del gigantesco living. Gabriel Patrono, uno de los fundadores del lugar junto a José Ludovico, Pablo Flores, Fabio Ríos y quien esto escribe (a.k.a el Diablo en esa época), fue quien tuvo la idea de bautizar a este particular espacio como “living pop”. Un concepto que en verdad no definía demasiado, pero servía para designar de alguna manera ese peculiar invento de “lugar de amigos-espacio abierto-club social-bar nocturno-centro cultural-galería-microcine” que se generó en ese espacio irrepetible.
Luego de tres años locos e intensos, en los cuales la repercusión del proyecto creció exponencialmente sin perder su esencia, fue la realidad quién golpeó las puertas de la calle Moreno: los dueños de la empresa propietaria del edificio reaparecieron y el grupo debió mudarse. Primero hacia lo que había sido en los ochentas La Capilla, en la calle Suipacha, y finalmente a la Biblioteca Nacional, donde hasta hoy Patrono y Ludovico siguen programando ciclos de cine independiente. Pero eso ya es otra historia.
Lo cierto es que, más de una década después, una y otra vez me sigo cruzando con personas que estuvieron, o dicen que estuvieron, o creen haber estado en el espacio de la calle Moreno. La Nave dejó su marca, y en conversación con Gabriel Patrono intentamos reflexionar sobre aquella experiencia.

Proyección de un ciclo de Farsa Producciones. A la izquierda Urdapilleta, al fondo parte de la barra y el espacio.
SMELLS LIKE ROCKER SPIRIT
Federico Borobio – Parece ser que la mayoría de los proyectos independientes nacen de un “grupo de amigos” con un sueño, un delirio, una fantasía que a veces consigue concretarse, otras no, otras en parte. Pero siempre movilizando pasiones colectivas, a veces tantas que logran vencer la resistencia de la realidad.
Gabriel Patrono – A mí me gustan los grupos. Soy muy admirador de los grupos, me parece que naturalmente tienen mejores cosas que las individualidades. Y ahí hubo un grupo de gente que estuvo dispuesta a generar ilusión.
Si miro atrás en el tiempo, los proyectos que me gustan son los que generan ilusión, que no están basados solamente en el éxito de los que lo integran. Porque soy básicamente un rocker. Entonces, ese lugar lo pensamos con el espíritu de un grupo de rock me parece. De un grupo de “asaltantes del tiempo” como dice Enrique Symns. Un grupo de gente que dice “no, pará, de lo que me quieren proponer para mi vida yo voy a hacer solamente lo que quiera, no voy a hacer lo que tienen preparado para mí”. Me refiero a rockero en un sentido de combate, de trinchera, de hacer la nuestra y que no nos importe que nos vengan a legitimar de afuera. Eso es lo que extraje del sentir del ser parte de un grupo de rock. Y eso es lo que en ese momento se privilegió.
Visto en el tiempo, es sorprendente que en la situación frágil en la que estábamos todos hayamos pensado siempre en generar un espacio de libertad en un momento en que no la había, o la había relativamente. Generar un poquito de ilusión y de libertad en un momento donde eso no es lo corriente. Lo corriente en los 90 era salvarse sólo, salir corriendo con el botín, la falta de perspectivas y de belleza que proponía la época, el sin futuro. Y nosotros, desde la fragilidad y solamente con la fortaleza del grupo humano, pensando propuestas alentadoras…me parece muy valioso. Y mucho mas, pensando también que a veces la producción cultural se piensa en función de “qué le podemos ofrecer a la gente”. Nosotros pensamos “que nos podemos ofrecer a todos”, porque nosotros también somos parte de la gente.
FB – Recuerdo que a la hora de pensar un proyecto o actividad nos preguntábamos qué nos gustaría encontrar a nosotros mismos. Y eso generaba un efecto fuerte y un vínculo muy personal entre el grupo y la gente con la que compartíamos esas noche de viernes.
GP – Perfecto. Que el que me atiende sepa, que el ambiente sea cálido, que dé para quedarse, que puedas traer una propuesta y haya alguien del otro lado que la pueda escuchar, que la música no te impida hablar, que el contenido esté pensado, que no sea solamente un rejunte de cosas. Había una programación, se discutían ideas, todos proponían, se respetaban las áreas de cada uno…Y generamos algo que es la clave por la que nos juntamos hoy a hablar, algo indescifrable: mística. ¿Porqué la gente sigue recordando que pasó por ese living, donde todo era medio cartón pintado? Ni siquiera era glamour…era más amistad que glamour. Todo era mas bien armado a los ponchazos, con una especie de artesanía romántica, querible más que bello, esplendoroso o elegante.
Para permanecer en la noche de Buenos Aires con una propuesta buena no hacía falta ser de la elite de los noventa que se termina escapando en Puerto Madero para que los pobres no los alcancen. Lo hacíamos en un barrio, donde para poder estar alcanzaba con que alguien te pase un dato. Lo cual visto en perspectiva no es un hecho menor, porque hace que, por ejemplo, no precises seguridad. Nunca tuvimos un chabón que nos cuide, y tuvimos noches de 500 tipos y éramos los cinco que laburábamos ahí con las dos amigas que nos ayudaban. Un ratito iba uno a la puerta, después iba otro, otro pasaba música, otro en la cocina, otro buscando hielo, etc. y nadie pensó nunca “que peligro, estamos demasiado expuestos”. Porque la gente que venía a La Nave era La Nave, y vos nunca atentás contra aquello que querés. Se generó un sentido de identidad y de pertenencia, y una idea de posibilidad de futuro, en ese foco y en otros que la ciudad siempre genera. Fuimos parte de la ilusión junto a otro montón de proyectos del momento como Hecho en Buenos Aires, Brandon, La Tribu (aunque es anterior) y otros proyectos, algunos como lugares, otros como medios, que aún siendo distintos estaban vinculados.
FB – Y paralelamente La Nave se dedicó de lleno a difundir cortos, organizando incluso cinco ediciones de su Festival, Sueños Cortos, en un momento en que el cortometraje era una expresión artística bastante despreciada.
GP – Y sin valor de obra. No existía el departamento de cortometraje del INCAA, eso es un dato muy elocuente. Se pensaba “esto es algo que hacen los estudiantes para ver quien de todos tiene talento”. Y nosotros pensábamos otra cosa. Hay una lírica, un decir, no hace falta esperar a que estos realizadores se desarrollen, hay que acompañarlos ahora. Y me parece que teníamos razón, porque si ves los catálogos de Sueños Cortos están Ernesto Vaca, Paulo Pécora, la gente de Farsa Producciones, Daniel de la Vega, Ignacio Masllorens, Mariano Llinás, que ya había empezado, Celina Murga, Juan Villegas. Habían dos generaciones, una ya establecida y parte de lo que se llamó “nuevo cine argentino”, como Pablo Trapero, Adrián Caetano y Lucrecia Martel, a la que buscamos para que acompañen el proyecto. Y la siguiente, que fuimos a buscar esperando el recambio generacional. En el núcleo de amigos había mucha gente de cine.
FB – Eso sumó al crecimiento de la propuesta.
GP – Si, y la suerte de gente talentosa que se fue acercando desde diferentes frentes, el cine, la música, la plástica. Y hay un tema de apropiación que para mí es la clave. A veces se da que la gente quiere “estar ahí”. Hubo un momento en que ocurrió eso. La gente quería participar de eso que estaba pasando, que era mas un protagonismo de la gente que estaba adentro que de las obras expuestas en sí. Dentro de ese marco donde había producción artística, lo importante estaba dado mas por el encuentro, por el diálogo que se da entre gente que quiere apuntar en una dirección. Y esto de la mística creo que también fue ayudado por el hecho de que el proyecto nunca se cayó. Nosotros lo desarmamos en un momento oportuno, y la gente no podía entender porque había pasado eso. Eso es un guante que se recoge también de los grupos de rock.
EL ARCA DE LA NAVE: RICOS, POBRES, CHICOS, GRANDES, FAMOSOS, ANÓNIMOS, EMERGENTES, EXCÉNTRICOS, INDESCRIPTIBLES
FB – Los primeros viernes (porque otra peculiaridad del lugar era que abría únicamente ese día de la semana) estaba medio desolado el asunto, unos pocos curiosos. Pero poco a poco la cosa fue floreciendo.
GP – Sí, el comienzo de La Nave fue algo tímido. Pero creo que la gente prendió pronto porque se estaba diseñando algo que se precisaba. Esta idea de bajar un poco el volumen y poder charlar, pensar, ver en que andás, como hacemos para generar algo juntos. En un momento de desilusión, en los que siente se sube el volumen para aturdir, nosotros lo bajamos. No se si esas cosas se dan naturalmente, pero mirá los gestos de época que hubo. Ante semejante desmoronamiento social, donde las perspectivas son pocas y de futuro nadie habla, nos juntamos para armar algo que sea esperanzador.
FB – El perfil del lugar era bajo.
GP – Ja, ja, muy bajo. Y eso hacía que de repente aparecieran personajes públicos que venían a conocerlo y charlar un rato, desde artistas hasta políticos. ¿Te acordás que un día tocaron el timbre y era Pino (Solanas), en el momento que él estaba haciendo películas poderosas. Le servimos un té. O te caía Fito Páez, mezclado con vecinos. Eso también fue una suerte, contábamos con la protección del vecindario. Porque era un lugar sin habilitación ni posibilidad de conseguirla. Ni siquiera tenía en ese momento un dueño…casi era una casa tomada.
FB – Aunque el grupo nunca se autodenominó como “ocupa”.
GP – Porque había una misión. Cuando uno tiene una misión en vez de enunciarla la hace. Vos no decís “me gusta la chica rubia”, vos vas y tratás de hablarle. Ni siquiera lo pensás. En ese salvataje, nosotros no queríamos salvar a todos, queríamos formar parte de la ilusión y estar también adentro de eso. No es un dato menor que ninguno de los que estábamos ahí tenía un trabajo estable. Y tampoco eso se veía como “vengan al centro cultural de los pibes, que son pobres, así los ayudamos”. Para nada. Siempre tratábamos de ofrecer la mejor propuesta, o al menos estar a la altura de otros que estaban en esa época.
FB – También se apareció un día Tony Puig, que en ese momento era una especie de gurú de la gestión cultural (término que todavía no se había puesto de moda en Buenos Aires por ese entonces). Vino a conocer el misterioso antro porteño y nos quedamos charlando todos un largo rato.
GP – Me acuerdo. Pasaban cosas como que tocaban el timbre y era la hija de Moria Casán, que nadie sabía quien era. De repente te caían personajes así, o rockeros célebres. Los Catupecu, que venían seguido porque una de las chicas que venían era novia de Fernando Ruiz Díaz. Telerman (Jorge, en ese momento Secretario de Cultura de la Ciudad)…Martín Sabatella, que todavía no era tan conocido…su hermana se casó ahí. Te encontrabas a Adrián Caetano, Pablo César, o a Jorge Polaco.
FB – ¿Cómo se explica todo ese mix de público tan plural, tan horizontal?
GP – Creo que todo eso también tuvo que ver con que fuimos inteligentes en la comunicación. No bardeábamos con tal de llenar el lugar, nunca nos preocupamos con llenar. Nunca nos preocupamos por cuanto nos íbamos a llevar. Es más, me acuerdo que muchas veces llegábamos a la conclusión de que era mejor no llevarnos plata pero que el lugar permanezca con ese espíritu y esa esencia, cuidarlo. Eso es muy loco. En un momento de desprotección total, desde el Estado y en lo laboral, cuidándolo como un tesoro. Esto hacía que quisiera estar ahí gente que pertenecía a estructuras grandes, por el hecho de formar parte.
O el tema de los precios accesibles, porque sabíamos que en ese momento mucha gente no podía pagar los precios de la época. ¡Había “libretita” en La Nave”! Había gente que al llegar el viernes lo primero que hacía era ir a la barra y decir “chicas, fijensé que tengo de la semana pasada una cuentita”. El tema es que la gente quería que el lugar siga estando. Les regalabas una cerveza y te decían “yo te la pago, porque quiero que el lugar siga estando”.
FB – Y además del cruce generacional tenías un cruce socioeconómico.
GP – Desde el estudiante de cine que se volvía a Lugano con un peso en el bolsillo hasta un personaje excéntrico como Michel del Aire, que cuando caminaba se le caían los billetes de cien dólares hechos un bollo y las chicas de la barra se los alcanzaban. Y nunca desde un lugar de prejuicio, esa gente sentía que lo que los unía estaba, y la desigualdad era mucho menor de lo que podía ser en la realidad. Porque estabas adentro de La Nave. Entonces, no te ponías a mirar como estaba vestido el otro, o si era de otra condición. Era alguien que si estaba ahí, por algo era.
En la comunicación buscábamos sobre todo generar vínculos personalizados. Para hacer prensa no buscábamos al Jefe de Redacción, sino al que nos gustaba como escribía, para que nos conozca y sepa de qué le estamos hablando. Y el que no nos gustaba, “no, a ese no le mandemos”.
FB – Otra característica de La Nave, la amplitud generacional…tenías padres, hijos y nietos.
GP – Nunca hicimos una cosa para los pibes de nuestra camadita. Venía Polaco que tenía 70 años y era igual de bienvenido que otro que venía con su sobrino de diez, o la chica que venía con la hijita que se iba a ver una película mientras la madre se tomaba un licuado, y a nadie le llamaba la atención, eran simplemente alguien más que estaba ahí. Era como un living de amigos, donde se igualaban también. Incluso los Miranda!, que vinieron a tocar, u otros artistas que ya estaban haciendo algo importante en esa época, se bajaban un poco para poder estar. Sabían que no podíamos pagar un caché, y ninguno nunca nos pidió. Me acuerdo que una vez tocaron el timbre y vino José María Muscari, diciendo “che loco, yo estoy buscando laburo para la gente que trabaja conmigo, podemos atender las mesas, decir algunos monólogos”. Se acercaba gente así. Liliana Herrero, recuerdo que vino varias veces. Y no era gente de nuestra generación, eran mas grandes. “¿Y que hacés Liliana por acá?”, preguntabas, “vine a tomar una copa con una amiga, a charlar, me dijeron que está bueno”.
FB – “Me dijeron que está bueno”, la frase era un clásico para un lugar que funcionaba con la difusión de boca en boca.
GP – Nadie sabía que iba pasar, pero venían por eso. Y con un contenido que a veces era duro, porque les estábamos pasando las películas de Fassbinder, te requiere una atención, no es Trasformers 4. También pienso que en ese sentido ayudó la época, porque la información no estaba tan disponible como ahora. Si alguien te había hablado de Fassbinder o querías conocer su obra ibas a buscar un lugar donde esté. Esa curiosidad te termina jugando a favor también, porque tenés que romper y salir, y cuando salís tenés el encuentro con el otro, que se viste distinto, que piensa distinto, y tu vida se enriquece. Para mi está buenísimo el acceso al cine que tenemos ahora, pero el encuentro tiene eso también. Creo que esa fue el último momento histórico en que se dio ese horizonte, de tener que cruzar a la vereda de enfrente para enterarte de algo. Ya empezaba a cambiar.

Pablo Trapero y Raúl Perrone cara a cara, en uno de los transitados sillones de La Nave.
SER PARTE DE UNA HISTORIA
FB – ¿Te parece que podría existir hoy en día algo como aquel espacio de La Nave?
GP – Creo que sí. Encuentro algunos destellos de eso en propuestas que se empezaron a organizar como conciertos en casas, donde los que atienden son los mismos que actúan. No son empresarios que ponen un boliche con la idea de “este es el target”, sino que son los mismos habitantes de la cultura que tratan de encontrar lugares porque no los hay, o los que hay no los sienten propios. Si vos no podés tocar en Niceto no vas a disolver el grupo, pensás un modo inteligente de poder tocar. Lo hacés acústico, en una casa, en un patio. Así como encuentro que lo que hicimos tiene un diálogo con propuestas anteriores en el discurso, en el espíritu de los proyectos.
FB – ¿Cómo fue ese diálogo con las movidas que los precedieron?
GP – Ponele, el Parakultural fue un proyecto muy distinto, porque apuntó al nuevo teatro, a las bandas de rock mas agresivas de la época. Pero si vos vas al germen, que es un grupo de productores culturales, creadores, haciendo algo para iluminar una zona, es muy parecido. Eran Omar Viola, las chicas de Las Gambas, y muchos más, tratando de generar un lugar donde también ellos pudieran actuar y pudiera pasar algo distinto. Pero sin pararse en la idea de “distinto”. Mas que nada, era generar algo que les sea propio. Y nosotros, o estos focos que pueden existir ahora, pensamos muy parecido, yo me siento muy hermanado. En el caso de Omar Viola, es uno de esos padres culturales, tipos que son faros. De esos que dice “la cultura también puede ser otra cosa, no solamente el Maipo o las viejas conchetas de Recoleta o del Colón”. Que eso sí, es cultura también. Pero nosotros podemos hacer una muestra en una pared, un bailarín puede actuar en un piso común, que los camarines se mezclen con los baños y los artistas bajen y estén entre la gente y sean parte de lo que está pasando. Ni bien empieza la democracia ellos imprimen este cambio rápidamente, urgentemente. Y nosotros hemos sido todos pibes muy conscientes de donde uno venía y que cosas del pasado te interesaban para poder aplicarlas al presente. Y también cuales no queríamos repetir, porque no nos gustaban, o no nos parecían inclusivas.
Un error común en la producción cultural es pensar que todo lo que se hace se hace por primera vez. Por ejemplo, la cultura musical que se tenía. De golpe pasábamos Massive Attack, o Goyeneche, o Troilo, o una banda nueva, o Portishead, o lo que sea, y la gente lo recibía naturalmente, sea de la época que sea. Eso tenía que ver también con nuestra historia cultural. Todos los que estábamos ahí sabíamos que Troilo era igual de bueno que Massive Attack. Que si no lo decía la revista Inrockuptibles era porque no se daban cuenta, bueno, se joden, o en algún momento la van a ver. Troilo es demasiado grosso para quedar atrás. Nunca despreciamos lo mejor de lo que había pasado en nombre de la idea de ruptura, de hacer algo nuevo. Enganchamos. De las propuestas del Rojas, Die Schule, Cemento. Incluso para disentir, esos modelos te sirven.
FB – ¿Cuales eran los límites de lo que se podía o no producir en el espacio?
GP – Nunca pudimos hacer algo que no quisiéramos, algo en lo que no pudiéramos creer. Todo el mundo te decía “poné cosas que llenen el lugar de gente”. No podíamos, nunca estuvo en nuestro Norte, porque nunca estuvo en el imaginario salvarse. Porque la idea de salvarse, para mí, siempre es colectiva. Si vos te salvás solo acá en la cuadra y todos los demás se cagan de hambre, un día van a venir y te van a matar. Mejor generemos un poco mas de esperanza y de ilusión en todos los que están alrededor, y entonces seremos un montón a los que nos va mejor. No es algo unilateral.
Esta idea de ilusión, hoy veo que es tomada por proyectos autogestionados como las revistas independientes, que me recuerdan a Sueños Cortos, tienen esa impronta, ese sabor. O lugares como Matienzo en sus inicios, o espacio Plasma, un lugar que iluminó muchas escenas cuando salieron grupos acústicos y cantautores en el Post-Cromagnon, y que generó un espacio de diálogo muy fuerte. Esto se daba también en La Nave, donde había un cruce entre los que eran del mundo de la plástica con los de audiovisuales, inauguraciones más tradicionales que se encontraban con pibes más reos, o más rockeros pero que hacían cine. Y en este encuentro todos nos sentíamos cuidados. ¿Te acordás que una vez un pibe se olvidó diez lucas, que en su momento eran 10.000 dólares? En ningún momento fue un problema eso. Terminó siendo Javier Diment, que ahora dirige películas de terror.

El director Gustavo Postiglione y Fito Páez en la la fiesta de la película El Asadito
MITOS Y LEYENDAS
FB – Cerremos con lo más divertido: algunos momentos inolvidables.
GP – Por ejemplo, me acuerdo el día en que se hizo la fiesta de la película El Asadito. Se quedaron charlando hasta las 7 de la mañana y al final quedaban solamente Gustavo Postiglione y Fito Páez. Bajamos en el ascensor y ya era de día, y Fito sale con “Huy, mi mujer me mata, adonde voy a ir ahora a dormir”, y salimos a buscar la camioneta porque no se acordaba adonde la había dejado, después de tomar litros de cerveza. Otro momento muy bueno fue una mañana que vinieron Raúl Perrone y Pablo Trapero, que hicieron una entrevista para I-Sat en el espacio. Hacia el final del ciclo lo tuvimos a León Ferrari con Yuyo Noé: recuerdo cruzarme a un integrante de La Nave en moto cargando las obras de León.
Y también tuvimos nuestros momentos bizarros, como hacer algunos cumpleaños de quince para pagar un mínimo alquiler simbólico, o el día en que nos andaba buscando la patrulla y terminamos yendo a hablar directamente con el comisario para demostrarle que éramos un proyecto cultural.
FB – Sin ninguna relación con la venta de drogas ni la prostitución.
GP – Sí, le llevamos los volantes que decían “galería”. Eso también era un gesto de época, no sabíamos como ponerle. ¿Qué es, galería o bar? Las dos cosas, y también cine. Sí, pero no del todo, era microcine, pero tampoco eso, y además no es que estás obligado a sentarte a ver la película. Eso no existía, y multiespacio no nos gustaba porque nos parecía de supermercado. Lo que nos gustó más y quedó fue “living pop”.
FB – Cuenta una de las leyendas que el lugar era financiado por un ignoto Mecenas.
GP – Si, en un momento se deslizaba que había un millonario excéntrico de nacionalidad desconocida, heredero de una fortuna, que había encontrado unos chicos y los apadrinó para que tuvieran su galería. Se decía también que en algún momento iba a pasar por el lugar. Y por ahí aparecía el gordo Clemente, una suerte de encargado del edificio y padre de unos de los integrantes del grupo, en musculosa y con una aspiradora repasando las alfombras. Por lo bajo la gente comentaba “ahí está, se hace el pobre, es el mecenas de los chicos”. A mi no me molestaba que pase con la aspiradora, o con una licuadora…pero también mucho gente lo veía como algo artístico: pensaban que era una performance. Porque además interactuaba, vos estabas tranquilo charlando con un amigo, y te molestaba, te corría con la escoba para barrer.
3 COMENTARIOS DE LECTORES
¿QUERÉS COMENTAR?Pingback: Emprende Cultura #5 – Espacios culturales autogestionados - Sumario 26 Sep, 2014
[…] La Nave de los Sueños y la leyenda de la calle Moreno […]
Esos lugares son los que invitan a soñar realidades
Emi N Díaz
Qué buen número! Gaby Patrono y su Nave: Un genio!