Unión de Músicos Independientes. «Lo colectivo funciona»

Si uno busca el origen de los colectivos que hoy proliferan a lo largo y a lo ancho del país, habrá de encontrarse con una respuesta repetida en forma de número: 2001. Dicen que no hay acción sin reacción, y una década que impulsó el individualismo a ultranza, que se caracterizó por la privatización de los espacios y la continuidad de un proceso de concentración económica, dio nacimiento de manera involuntaria y hacia su final a una nueva corriente de prácticas colectivas que caracteriza los últimos quince años y rara vez recibe mucha prensa. La Unión de Músicos Independientes es uno de esos colectivos.

El otro año pivot es 2004, cuando aquel diciembre se marcó un antes y un después para la vida cultural y artística de Buenos Aires. El boliche Cromagnón se incendiaba por una bengala lanzada durante el concierto de Callejeros. Hasta ese momento, todo espacio – sin importar su lujo o su precariedad – era pasible de ser utilizado para una fiesta, para un concierto, para una intervención plástica. Quien escribe estas líneas fue parte en su momento de la organización de fiestas en casas que no estaban en condiciones ideales, donde alguna baqueteada cuidadora – representante del dueño del “establecimiento” – se encargaba de controlar la organización y arreglar con el policía de turno. Y quién no ha ido a algún espectáculo o evento que con su sonido hiciera temblar la cama del hogar lindero, considerando que cualquier queja de ese vecino era pura mala leche. La ausencia casi total de reglas claras había permitido que desde el retorno de la democracia toda locación pudiera ser ocupada; las casi doscientas muertes desnudaron que esa libertad iba acompañada de una mezcla de carencia de acuerdos, reglas, control y todo el mundo apuntó con el dedo hacia alguien. El Estado optó por la represión por las dudas como reflejo; centros culturales donde había que chasquear con los dedos porque un aplauso podría atraer la ira vecinal y consecuentemente a la policía, bandas que dejaron de tocar porque no tenían donde presentarse, clausuras compulsivas, repentinamente parecía que todo el mundo estaba infringiendo la ley. Desde entonces, se vive una etapa de transición que, en la actualidad y ya con leyes aprobadas, atraviesa otro momento álgido por la conducta de la Agencia Gubernamental de Control (que en el caso del Teatro del Perro incluso pudo comprobarse y hacerse público que había falseado argumentos, ignorado la ley e impuesto clausuras y multas improcedentes; el corolario es que el teatro iniciará acciones contra el Gobierno de la Ciudad, probablemente sentando un precedente legal).

Simultáneamente, la pasada década y media vio la explosión de Internet como nuevo actor. Las nuevas tecnologías desarrolladas permitieron facilidades en la producción y acceso de contenidos, pero no desbancó la concentración en la difusión y distribución y trajo además otro desafío para el artista en la forma de cómo ser remunerado por su trabajo. Napster cayó y se multiplicó en otras mil formas. Nacieron YouTube, Grooveshark, Spotify, Bandcamp, Soundcloud…

En ese inestable y cambiante escenario de situación nació UMI en 2001 como Asociación Civil Sin Fines de Lucro. En los inicios fueron ocho y fueron Diego Boris (actual presidente del Instituto Nacional de la Música), Cristian Aldana, María Rosa Rosolen, Ulises Butrón, Gustavo Zabala, Pablo Masciotra, Carlos Alonso. Venían de géneros distintos, el común denominador era la autogestión.

Las oficinas de UMI están en Belgrano y Entre Ríos, en un segundo piso al que se accede por escalera, en un edificio con descansos entre piso y piso que recuerdan a otras épocas. Las ventanas dan a los pasillos comunes de otro edificio. Es miércoles por la tarde de un otoño que finalmente  arriba. Son las 15:30 y una vecina habla por teléfono a los gritos, quejándose que el padre de su hijo debería haberlo pasado a buscar hace más de media hora, que ella va a llegar tarde o no va a llegar donde debía ir, que son las 16hs (no, son las 15:30) y el hombre no aparece. Los pasillos de UMI están tapizados de discos, de libros sobre música. La puerta de lo que fue un estudio de grabación y hoy sirve para las charlas introductorias se cierra, todos los sonidos exteriores se quedan afuera y Juan Ignacio Vázquez ofrece cebar unos mates.

Casi quince años después, la asociación crece, se ha renovado y ha podido influir en el medio. El concepto de autogestión, explica, es esencial. Vázquez, guitarra y voz de Ardilla y secretario de UMI dice que “nosotros nos referenciamos mucho en un colectivo de los ‘70s que se llamó MIA, Músicos Independientes Asociados. MIA – que influenció en su modo de proceder a grupos como Los Redonditos de Ricota – había sido un colectivo encabezado por la familia Vitale (Rubens “Donvi” Vitale y Esther Soto, padres de Lito y Liliana Vitale), “en una época muy jodida, porque no sólo que fue en plena dictadura, sino que hicieron un montón de cosas que eran muy complejas”. Compraban vinilo para hacer los discos, implementaron preventas para financiar la realización de las obras – “la gente compraba el disco por correo y después ellos se lo mandaban, lo que hoy en día hace todo el mundo con crowdfunding” -, armaron un fichero para enviar correos al estilo de los mailings actuales, etc. Vázquez cuenta que Donvi les decía “medio como toreándonos, que en esta época todo el mundo quiere ser independiente; en aquella época ser independiente era estar fuera del mercado, de la industria”.
“Si tuviéramos que poner un lema, sería que era buscar que el colectivo resolviera los problemas individuales”

Retomando aquella línea de MIA, para UMI “el músico independiente es el músico autogestionado. Es el que es su propio productor, dueño de su material, de sus discos y que organiza  o co-organiza sus propios shows. (…) Es el músico que ejerce el control total de su parte artística, plena libertad artística, y la realidad es que para ejercer esa plena libertad por lo general también tenés que tener un control productivo y comercial”. UMI nace, entonces, en función de mejorar las condiciones de trabajo de esos músicos independientes, “si tuviéramos que poner un lema, sería que era buscar que el colectivo resolviera los problemas individuales”.

Vázquez entró en 2005, por aquel entonces en su primer banda. Rememora que asistió a la charla que la UMI ofrece a quienes desean asociarse, donde se explica el funcionamiento de la asociación y se introduce al músico a las temáticas que se suelen abordar (derechos de autor, de intérprete, de productor, cómo hacer los trámites, etc). Eran los primeros tiempos de la era post-Cromagnón, cuando la situación pasó de una ausencia total de reglas y a una búsqueda de regulación compulsiva por parte del gobierno de la ciudad. El resultado fue que, de la noche a la mañana, los músicos se habían quedado en Pampa y la vía sin tener dónde tocar, “era una situación de asfixia, no se podía tocar en ningún lugar”; un número indefinido de bandas se extinguieron. Dos años después, Vázquez fue parte de la iniciativa UMI-Red (que existió entre 2007 y 2010), que buscaba generar con y para las bandas un cúmulo de información y acuerdos con espacios donde sí era posible subir al escenario.

“Hay un antes y un después de la UMI”

“La UMI tiene un funcionamiento bastante horizontal”. Se juntan miércoles de por medio y cualquiera puede asistir a las reuniones de comisión directiva e incluso participar. Los cargos de la comisión directiva son ad honorem y los gastos se financian con la cuota. La Unión de Músicos Independientes no es un sindicato, tampoco una mutual. Si bien es posible identificar elementos de ambas categorías, UMI es, como otros colectivos, algo que se inspira en los antecedentes pero busca sus propias formas.
“el músico independiente debe ser consciente de los procesos de producción de su material”
Desde la idea de “que el colectivo resolviera los problemas individuales”, la UMI ha conseguido beneficios para asociados como acuerdos con la replicadora de discos Master Disc para conseguir un mejor precio, con la fábrica de pedales Cluster o la de cuerdas, Magma, con estudios de grabación, salas de ensayo, diseñadores gráficos, abogados, contadores, etc.

Durante la entrevista, hay algo sobre lo que Vázquez vuelve una y otra vez y que aparece también en la orientación de las acciones de UMI: “el músico independiente tiene que ser consciente de todos los procesos de producción de su material”. Por eso, ya desde la charla introductoria el énfasis se pone en aquellos aspectos que suelen aparecer como el trabajo sucio, como la burocracia que rodea al trabajo artístico. “La relación que uno establece con esas instituciones – SADAIC, CAPIF, etc – es medio kafkiana”, por lo cual “lo que nosotros tratamos de hacer fue juntar toda esa información, entenderla, sistematizarla y después democratizarla”. Para Vázquez, de los efectos más importantes que ha generado la UMI es que “toda esa información supone un cambio de mentalidad en el músico y que pueda administrar sus derechos”.

UMI también ha impulsado la creación de leyes desde un enfoque que entienden como históricamente en falta en la Argentina, que son “políticas culturales de Estado. (…) Usualmente, lo que pasa es que viene un gobierno, hace su política cultural, que está más relacionado con acciones de gobierno que de Estado, y a los cuatro años se tira todo eso y arranca otra”. Así fue se consiguió que en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual aprobada en 2009 se incluyera en el artículo 65 la promoción de la música independiente, la creación de la FAMI (Federación Argentina de Músicos Independientes, que nuclea a múltiples asociaciones  de todo el país – más de 32 -) y en 2012 la sanción (fue promulgada a inicios de 2013) de la Ley de la Música (con la consiguiente creación del Instituto Nacional de la Música, que está dando sus primeros pasos presidido por Boris). En Buenos Aires, se promovió en 2009 la creación de BA Música (el instituto de fomento de la música en vivo) y la Ley de Reconocimiento de la Actividad Musical, que planteaba lo que la parienta Ley de Reconocimiento de la Actividad Literaria, aprobada de manera unánime en 2011 y vetada en 2012 por el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri.
«músico independiente es el músico autogestionado, el que es su propio productor, dueño de su material, de sus discos y que organiza sus propios shows»
Previo a la sanción de la Ley de la Música, durante la presidencia de Néstor Kirchner se había sancionado la Ley del Ejecutante Musical, “una ley de la década del ‘50 que el SADEM (Sindicato Argentino de Músicos) impulsaba, que era una ley absolutamente vetusta que impulsaba cosas ridículas – como que los músicos íbamos a tener que pagar una matrícula por año e íbamos a tener que rendir un examen de idoneidad musical ante un tribunal que nos iba a decir si éramos músicos o no -”.

Se hicieron reuniones multitudinarias en el Bauen (por aquel entonces, una de las fábricas recuperadas de referencia, como Brukman o Zanón, en Neuquén) y “en ese momento, el presidente recibió a este grupo de músicos que en ese momento se denominó Músicos Convocados, dijo ‘Muchachos, me equivoqué’ y derogó la ley”, luego de lo cual el colectivo se puso a trabajar en una nueva ley (para la cual se debatió a nivel federal). La ley eventualmente aprobada en 2012, no obstante, se denominó Parte 1; “la idea es que en el futuro se pueda trabajar una parte 2 que tenga que ver con quizás armar un Estatuto del Músico. Lo que en la parte 1 se trató y se aprobó es la creación del INaMu – el Instituto Nacional de la Música – como un órgano de fomento – algo parecido a lo que podría ser el INCAA -”.

El Instituto – “un ente público no estatal” -, por su parte, tendrá una sede por cada región cultural en lugar de estar centralizada en Buenos Aires. El INaMu no tendrá entre sus atribuciones otorgar subsidios completos a la producción, sino que apoyará en la forma de brindar ayuda logística, generar circuitos donde los músicos puedan tocar y fomentar la difusión y la llegada de la música a geografías donde no suelen llegar presentaciones – estimulando de esa manera la función social de la música -. Los cargos serán ad honorem y el financiamiento del instituto provendrá del 2% de las sanciones implementadas por el AFSCA más cualquier aporte que instituciones o gobiernos quieran agregar. “Nosotros lo que buscamos cuando armamos la ley es poner los reaseguros en las bases, que las organizaciones de músicos estén en todas las instancias del instituto controlando que las cosas funcionen”.

Presente de expansión y conflicto

Para Vázquez, aquella tragedia de 2004 “fue una bomba atómica en todo aspecto – humano, social, en la música ni hablar -. Esos años posteriores a Cromagnón y la asfixia que era la falta de espacios, que había que pagar por todo y demás, hacen que este momento – en algún punto – yo lo vea como floreciente. Vos decís ‘Uf, se está empezando a abrir, se está empezando a recomponer’, y por ahí en unos años se termine de recomponer”. De Cromagnón para acá, músicos y espacios han protagonizado una situación doble que – considera el cronista – en vistas del accionar de la Agencia Gubernamental de Control (aunque no es el único organismo de control de la ciudad que se maneja de manera irregular) promete continuar un tiempo más. En estos once años, espacios y músicos se han multiplicado en la ciudad, pero esa expansión creativa convive con “la Agencia Gubernamental de Control del Gobierno de la Ciudad que sigue persiguiendo a la actividad. No con los niveles que se perseguía en los años 2006 o 2007, pero es difícil”.

Ya fuera del ex estudio de grabación, la vecina ya no grita y Vázquez posa para la foto en las escaleras de caracol. En la calle oscurece y mientras el cronista camina hacia la parada del colectivo piensa en cómo UMI, de alguna manera, le parece una muestra más de que los artistas locales viven una nueva etapa donde todavía hay mucho por aprender. Una etapa que no tiene que ver sólo con Cromagnón ni con la AGC ni con Internet ni con aunar fuerzas y crear colectivos, sino con todo eso junto y más. Lo único seguro es que todo, incluso aquello que no quiere hacerlo, está cambiando. El cronista espera el colectivo con más preguntas (que no son dudas) que respuestas (que no son certezas), y quizás no sea algo malo.

AUTOR

DIEGO BRAUDE. Licenciado en Artes Combinadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Periodista y documentalista. Crea y dirige Imaginación Atrapada desde 2005, proyecto seleccionado como mejor revista de teatro en los Premios Teatros del Mundo. En 2013 estrenó su largometraje documental “Fabricantes de Mundos” y desde 2011 ha escrito en el diario Página/12 y la revista Acción.

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario