Teatro en Catamarca. Producir y gestionar en la Puna

La pequeña pero creciente comunidad teatral catamarcana apuesta por primera vez en mucho tiempo a producir y hacer teatro desde una mirada sistémica que incluye tanto a los proyectos independientes como a la participación del Estado – municipal, provincial y nacional – en sus proyectos. Modelo incipiente que merece ser destacado y, también, apoyado con mejores acciones tanto de las políticas públicas como del emprendedurismo privado.

Por Gabriela Borgna (*)

Catamarca es la penúltima provincia nacional en densidad demográfica y generación de PIB. La última es Formosa. Con poco menos de 400.000 habitantes, más de la mitad de los cuales viven en el Valle Central, el 70 por ciento del territorio es montañoso o la meseta desértica de altura llamada Puna. Su participación en la producción de la riqueza nacional es todavía escasa a pesar de la controvertida renta minera, cuyo prometido derrame de riqueza fue uno más de los espejismos que produce el mal de alturas.

Gran parte de la población urbana vive del empleo público, todavía quedan bolsones de analfabetismo en los territorios más empinados y recién en los últimos años hubo una creciente incorporación de estudiantes a la Universidad Nacional de Catamarca (UNCa), que en 2015 abrió dos residencias estudiantiles en la capital, inauguró subsedes en dos ciudades del interior y tiene a estudio la apertura de una segunda universidad pública a un tiro de piedra de la porción del macizo andino que cuenta con los volcanes activos y apagados más altos del mundo.

Desde la perspectiva de la enseñanza teatral, los claroscuros se acentúan. La materia teatro es curricular en las escuelas secundarias públicas y privadas y va camino a serlo en todas las primarias. No hay enseñanza universitaria y cuenta con sólo dos profesorados teatrales: la Escuela Juan Oscar Ponferrada (única con tecnicatura en actuación y un secundario con orientación a los oficios teatrales) y el Instituto Superior de Artes y Comunicación. Aún así, hay ya unas tres o cuatro camadas de teatristas titulados, muchos de los cuales cursaron la carrera en las universidades nacionales de Córdoba o La Rioja.

En términos del espacio público, el municipio de la capital, San Fernando, es el que cuenta con las mayores infraestructuras culturales: cinco cuerpos estables – coro infantil y coro de cámara, banda, ballet folklórico y comedia – y dos más a crearse el año entrante: una camerata y una filarmónica. Tres bibliotecas públicas, una pinacoteca (cuyo edificio está hoy en disputa con una institución privada de salud), tres bibliotecas y otros tantos museos: de Antropología (Catamarca es la cuna de la arqueología argentina), de la Virgen del Valle (el culto mariano no es sólo parte de la devoción popular, también es fuente de ingresos por turismo religioso) y de la Ciudad. Este último, abierto hace apenas tres años, es una muestra interesantísima de una museística moderna de pequeño formato con mayor peso en la curaduría de artes visuales contemporáneas y áreas de exhibición permanente que narran el tránsito desde la población colonial hacia el urbanismo provincial del último siglo.

Destinadas a las artes escénicas, cuenta con tres salas de formato pequeño a mediado, la más grande de las cuales es el Centro Cultural Urbano Girardi, sede de la Comedia, con 210 butacas; el Calchaquí, enclavado en el monumento de la Manzana Franciscana con apenas 90 butacas y el Teatro del Sur, depósito de locomotoras de la vieja estación de trenes (actual sede de la Intendencia) devenido en espacio no convencional de uso polivalente. Este último es en este momento sede de una de las más interesantes experiencias de gestión coparticipada entre los grupos independientes y la Secretaría de Cultura y Deporte comunal que se detalla más adelante.

Por su parte, la provincia cuenta con una Secretaría a cargo del Predio Ferial (enorme extensión donde están sus oficinas y donde anualmente se realiza la Fiesta del Poncho (una de las fiestas y ferias populares más interesantes de conocer, por su diversidad concentrada de saberes tradicionales antes que por su extensión), la Casa de la Cultura (inaugurada en 2015 en lo que fuera el solar familiar del Gobernador Octaviano Navarro), un museo de Bellas Artes, Biblioteca provincial y Archivo Histórico (ubicados en sendas casonas señoriales), y un cine teatro con dos salas de capacidades respectivas de 1.100 y 110 butacas que, además de servir para teatro y conciertos, funciona como sede del Espacio INCAA. Con una Dirección de Industrias Culturales de reciente creación (aunque el teatro no es ni será jamás una industria), la gestión articulada con distintos estamentos culturales de la esfera nacional, permite avizorar actividades crecientes antes que nuevas infraestructuras, con una política más centrada en sostener tramas aún endebles y crear nuevas dinámicas de producción, exhibición y consumo de bienes culturales.

La Universidad cuenta con el Aula Magna y dos auditorios de pequeño formato. La escuela Juan Oscar Ponferrada tiene una pequeña salita para uso de sus alumnos que eventualmente ocupan espectáculos de pequeño formato no vinculados a la institución educativa. Hasta diciembre del año pasado existió una única sala independiente en la ciudad que cerró.
un modelo incipiente que merece ser apoyado con mejores acciones de las políticas públicas y del emprendedurismo privado
Este es el marco en el que se sitúa la producción local independiente de artes escénicas, al que habría que agregarle la sociología de unos ciudadanos que recién ahora se incorporan al habitus teatral, con una cantidad de espectadores en curva ascendente, en su mayoría jóvenes, de clase media universitaria o camino a serlo, con aspiraciones de consumo cultural equivalente al de sus pares de otras ciudades de la región pero sin contar todavía con las herramientas de decodificación de las teatralidades que se producen o circulan por la provincia. Y un dato interesante que parece no haber sido comprendido a cabalidad: recién a mediados del año pasado, el Concejo Deliberante sancionó la ordenanza de funcionamiento de centros culturales independientes que, hasta entonces, caían bajo la órbita de “bares y afines”.

La representación provincial del Instituto Nacional del Teatro tuvo sus luces y sombras, como en cualquiera de las otras provincias. En 2015, a los conflictos entre la dirección ejecutiva y el consejo de dirección, se le sumó la acefalía local por renuncia de quien ejercía el cargo concursado. En términos históricos, los teatristas catamarcanos no han sabido, querido o podido hacer uso del pañol de herramientas que significan los diversos subsidios. Una queja generalizada de los regionales es que Catamarca produce poco y nada. No es cierto. Tuvo épocas mejores, sin duda, pero la comarca catamarcana produce quizás espasmódicamente pero bastante más ajustada de lo que parece a los datos duros ya planteados. ¿Que podría producir más? Es probable si sólo se lo mira desde la perspectiva de la productividad cuantitativa y no se incorporan las preguntas de ¿qué teatro?, ¿para cuáles espectadores?, ¿con qué periodicidad de funciones?, ¿en qué salas? ¿ teatro para niños, clásicos, teatro de experimentación?, ¿cuál es el horizonte a perseguir: la casi parisina –por comparación– San Miguel de Tucumán, o aproximarse a la Puna y las yungas compartidas con Jujuy y con la región de Atacama en el vecino Chile?
¿cuál es el horizonte a perseguir: la casi parisina San Miguel de Tucumán o aproximarse a la Puna y las yungas compartidas con Jujuy y con la región de Atacama en el vecino Chile?
Por eso cobra valor exponencial la experiencia cogestionaria del Teatro del Sur, emprendimiento que lleva adelante la Locomotora Teatral del Sur, la plataforma que abarca a la mayoría de los grupos independientes unidos en torno del uso de la sala para la producción y exhibición de artes escénicas en su más vasta expresión: desde artes del circo a teatro convencional, y desde danza contemporánea a la enseñanza sistemática, talleres de perfeccionamiento propios , otros grupos en gira y espacio para ensayo.

Surgida a instancias de algunas mujeres directoras de teatro y coreógrafas, ante la posibilidad de que el espacio fuera refuncionalizado como área de oficinas, y ante la falta de otros espacios de uso accesible, sumados ambos factores a la falta de una representación propia y dinámica del INT, bien podría decirse que a los grupos de la Plataforma no los unió tanto el amor como el espanto borgeano.

Una primera organización fue para peticionar ante las autoridades municipales el uso cogestionado y responsable del espacio. Se aspira aún hoy a crear una suerte de convenio renovable periódicamente en el que ambas partes puedan ir mejorando derechos y obligaciones. La segunda fue darse una organización interna que fuera responsable pero flexible, abarcativa de las necesidades y respetuosa de las singularidades de todos. En casi un año de gestión, puede decirse no sólo que esas premisas están en práctica y perfeccionamiento constante sino que la plataforma está dando vida creciente al barrio sur donde opera. Zona fronteriza entre lo industrial y el bajo fondo, “peligrosa” según los sensibles sismógrafos de “la seguridad urbana”, la programación de espectáculos de -casi- todas las estéticas que circulan localmente va creando una corriente de espectadores que se expresan en la creciente cantidad de funciones de una misma obra que se mantienen en cartel hasta casi conformar una temporada.

Mientras la coordinación general de servicios sigue a cargo de la Secretaría de Cultura de la ciudad, la Locomotora se ocupa mediante un canon pequeño por grupo que usa el espacio, de mantenerlo en condicione de higiene y aporta bienes de uso renovables desde elementos de limpieza a faroles y cables.
Vayan dos ejemplos: “El invierno es el carozo de la primavera”, creación experimental de Marité Pompei con base en la obra del mayor poeta local Luis Franco, bordea la docena de funciones con una media de 30 espectadores por noche. Y “Barroco Americano” del multipremiado dramaturgo Alberto Moreno, alcanza igual cantidad de funciones aunque con una media superior. Reconocer que hay espectáculos de la lejana Buenos Aires que no superan en funciones ni en espectadores estos datos es un ejercicio saludable de autoestima hacia el interior de la comunidad teatral, y esperable ejercicio de humildad de parte de quienes juzgan a la comunidad teatral catamarcana como el patito feo del NOA.

No faltará quién desconfíe y apostrofe que cantidad no es sinónimo de calidad. Cierto, pero no es este el caso
Fuera del Teatro del Sur, hubo este año cuatro experiencias que deben resaltarse en el mismo sentido. La primera es “La niña jamón” de Laura Avelluto dirigida por Fernando Uro que se instaló en el Centro Cultural La Ramona, más una casa que una sala. Doce funciones a tope y lista de espera para los próximos fines de semana. La segunda es “Puesta en memoria”, escrita y dirigida por Manuel Maccarini (una de las figuras señeras del teatro del NOA, quien fuera el primer director de la Comedia Municipal) y actuado por Roberto Albarenga, en la Sala Miriam Cúneo de la Escuela de Teatro que estrenó más tarde pero va camino de una cantidad de espectadores de fuste.

La tercera experiencia a destacar es el regreso de la Cooperativa El Taller dirigida por Héctor Pianetti, quien fuera fundador del Taller Municipal de Teatro hace 40 años (de allí el nombre de la cooperativa), director de Cultura de la Municipalidad y responsable de la construcción del Centro Cultural Urbano Girardi durante su gestión. La prosapia teatral de Pianetti le permite gestionar la Sala Calchaquí dentro de la Manzana Franciscana mediante un comodato con la Municipalidad. La sala estuvo en refacciones todo el año pasado y el primer cuatrimestre de este. Desde su reapertura, estrenó tres obras, todas dentro de un repertorio que se imbrica con el llamado Nuevo Teatro Argentino de los años 70 y 80. “Los de la mesa 10” de Osvaldo Dragún, “Tres historias de mujeres” y “Mea culpa” de la recientemente fallecida Elena Antonietto.

Finalmente, quien firma esta nota estrenó – en el Aula Magna de la UNCa y con financiamiento de la carrera de Humanidades – “Por amor a Shakespeare”, una cabalgata sobre fragmentos de textos del dramaturgo inglés y arias de óperas de Verdi, Gounod, Tchaikovski y otros en una gala que marcaba el inicio de la celebración del Año Shakespeare en la provincia. Celebración que se cerró en julio con OTELO, estreno absoluto en la provincia y segunda vez en medio siglo que una obra del Bardo inglés subía a escena en la provincia. En sus cinco únicas funciones de 2016, la obra totalizó 1.500 espectadores, promedio que se equipara con gran parte de los teatros de gran formato de la Argentina.

Nobleza obliga y hay que señalar el movimiento de narradores orales y cuentacuentos que acaba de organizar un encuentro regional en la capital y una serie de visitas que van desde un cuentacuentos colombiano –en abril- a los franceses de Les Souffleurs de Olivier Comté hace apenas una semana y las visitas de obras de José María Muscari y Yito Audivert desde Buenos Aires, más los cuatro elencos de Jujuy, Córdoba, Buenos Aires y Neuquén que formaron parte del Circuito NOA del INT.

Los medios locales, escasos de espacio para noticias culturales y ausentes totales de cualquier mirada crítica, han empezado a resaltar – no sin cierta sorpresa – la picante temporada teatral de la provincia. No faltará quién desconfíe y apostrofe que cantidad no es sinónimo de calidad. Cierto, pero no es este el caso. Una de las singularidades argentinas es que, desde los años 30 del siglo pasado, el teatro es la forma que elegimos para reflexionar colectivamente en torno de las sombras que se agitan y nos espantan desde el fondo de la caverna. También aquí, en la apacible comarca catamarcana, parece, el músculo social que flexionan teatristas y espectadores se ha despertado.

(*) Gabriela Borgna (1952). Gestora y crítica teatral, directora. Desde marzo de 2015 vive en San Fernando del Valle de Catamarca, donde se desempeña como productora ejecutiva de la Comedia Municipal, cargo ganado en concurso abierto nacional por antecedentes y oposición.

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GABRIELA BORGNA (1952). Gestora y crítica teatral, directora. Desde marzo de 2015 vive en San Fernando del Valle de Catamarca, donde se desempeña como productora ejecutiva de la Comedia Municipal, cargo ganado en concurso abierto nacional por antecedentes y oposición.

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