Carnavales de Sudamérica – Guido Piotrkowski

Los carnavales siempre han sido sinónimo de descontractura, de festejo, de batifondo, de lío, de desborde, de subversión. Fueron habilitados, prohibidos, transformados, ampliados, vueltos a prohibir. Desde hace mucho tiempo, pasaron a ser vistos como cultura menor o como evento comercial. Sin embargo, el Diablo sigue siendo desenterrado y el carnaval resiste. Algo pasa con los carnavales, que son más que simples jolgorios. Algo se juega, algo se mueve.

Guido Piotrkowski es fotógrafo y durante diez años recorrió carnavales de toda América Latina. Primero, iba a ser sólo Brasil, pero una cosa llevó a la otra, un viaje al siguiente. En algún momento hubo que ponerle término y así llegó la instancia de publicar un libro, Carnavaleando, que a su vez implicó otro proceso que fue su financiamiento vía crowdfunding (proceso que resultó exitoso, pero extenuante, por lo cual si se le pregunta si lo repetiría responde con una sonrisa: “ahora no, quizás más adelante”).

Cuando todavía no se dedicaba profesionalmente a la imagen y en la bisagra del cambio de siglo, fines del 2000, Piotrkowski se había ido a vivir a Brasil, “casi avizorando la crisis”, con su mujer y su hija mayor recién nacida. Unos pocos años después, separado, vivía por su cuenta en Río de Janeiro y ya era fotógrafo. Había empezado sacando fotos en barcos de turistas en Buzios y en Río había pegado la misma changa. Era enero de 2003, época de los ensayos de carnaval.

Laburar con una cámara digital por aquel entonces todavía estaba reservado para pocos.  Piotrkowski contaba en su haber con unos seis o siete rollos de diapositiva, que aún le quedaban de un regalo de veinte rollos de los grosos que le había hecho un reportero gráfico de Clarín que en algún momento lo había apadrinado.

A Guido no le interesaba el sambódromo, sino los blocos, las comparsas barriales, el carnaval callejero. A diferencia de lo que ocurre en el hípercomercial Sambódromo Marqués de Sapucai, los blocos están conformados simplemente por vecinos y amigos que se juntan durante el año a ensayar y demás con vistas a los festejos. Así, se reúnen en bares o en la calle y comienzan a probar cosas, “allá la vida sucede mucho en la calle”. Cuando llegan los festejos, “la gente va saltando de bloco en bloco” durante todo el día.

La foto de tapa de Carnavaleando, en realidad y “casi como un presagio”, no es de 2003, sino de una visita de 1999 anterior incluso a la mudanza familiar a Brasil. Piotrkowski dice que aquella primera vez sólo tomó algunas fotografías desde un lugar más distante, sin involucrarse realmente.

En 2003, en cambio, fue distinto.

Primeros pasos: Brasil

Había llegado a Río sin conocer a nadie y había ido a parar a lo que tranquilamente podría ser el peor hotel de Lapa (el barrio bohemio de Río), en el centro neurálgico del barrio. Eso significaba quilombo las 24hs, sumado al calor de 45 grados que hacía de las noches un largo tránsito de sudor sobre un colchón lamentable. Mal dormido, con temor a que le birlaran la cámara en medio del despelote diario, Piotrkowski salía diariamente “como un loco” detrás de todos los blocos, metiéndose en el medio de la gente; “para mí, lo primordial es estar en el medio de la masa, en el medio de la gente, porque para mí es la única manera de hacer este laburo. Y también estar subido a esa energía”.

“El carnaval es un sentimiento en el que se mezcla todo y todos: negros, blancos, indios. Todas las razas se encuentran en la fiesta más grande del mundo”, dice en Carnavaleando Pipa Vieira, músico entrevistado por Piotrkowski. Fuera del Sambódromo, donde habita el carnaval para turistas, en las calles de Río pulula una marea humana que danza, bebe, suda, se disfraza, se mezcla.

En 2005, previo a su regreso en la Argentina, decidió que quería cubrir el carnaval de Olinda, el carnaval callejero por excelencia en Brasil aunque de menor tamaño que el de Bahía. Con unos amigos fotógrafos se encontraron para la fiesta de Iemanja, en Salvador Bahía, y luego rumbearon todavía más al Nordeste, para Olinda.

Olinda, ubicada en el estado nordestino de Pernambuco, es una de las ciudades más antiguas de Brasil, fundada en 1535, y debido a su nivel de preservación en 1982 la Unesco la declaró Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad.  Junto a su vecina y capital del estado, Recife, son escenario de unas 3000 representaciones y más de 430 blocos durante el carnaval. Ubicadas en el Nordeste brasilero, en Olinda y Recife (hogar del que se supone el bloco más grande del mundo, Galo da Madrugada, que congrega a unas dos millones de personas todos los años) lo europeo se entrelaza con una impronta afro que le da un aire místico a ciertos momentos del carnaval, como La Noche de los Tambores Silenciosos.

En Olinda, el grupo primero se hospedó ladera arriba en la casa de unos conocidos. La joda permanente que hacía difícil pegar un ojo más subir y bajar dicha ladera con equipos (y subir y bajar la ladera no contaba como ejercicio para bajar la cerveza consumida), hizo que prontamente optaran por tirar carpa en un lugar más afín a las necesidades del proyecto.

Mientras que Río, más al centro del país, predomina la samba en Olinda, más al norte, reinan el maracatú y el frevo (este último con un baile de características afro e indígenas). El maracatú con sus tambores y el frevo con sus trompetas hacían que Olinda oliera a música todo el día, todos los días.

Para cuando terminó Olinda, Piotrkowski había decidido que completaría el proyecto como una trilogía del carnaval brasilero. Pensaba llenar el último casillero con el carnaval de Bahía, que se autopromociona como el carnaval callejero más grande del mundo. Bahía tenía el atractivo de combinar las fuertes influencias afro de Salvador, con la cultura callejera de Olinda, sumado a un aspecto comercial fuerte a lo Río con la presencia de músicos locales de renombre, como Daniela Mercury. Sin embargo, Bahía iba a tener que esperar hasta 2010, porque lo que iba a llamarse Carnavaleando iba a expandirse al resto de América Latina.

“El carnaval es esencia y elixir de vida”

La cita de acá arriba es de Carlos Cervantes, el Mohicano Dorado del carnaval de Barranquilla, uno de los entrevistados por Piotrkowski. Si el carnaval es esencia y vida, es natural entonces que en él habiten todas las raíces culturales…

Carnavales como el de Oruro o el de Barranquilla han sido declarados Obra Maestra Oral e Intangible de la Humanidad por la Unesco, porque “preserva música y danzas que, de otra manera, podrían haberse extinguido”.

En 2007, Piotrkowski fue a cubrir las Llamadas, en Montevideo. Las Llamadas son un desfile de unas 40 comparsas (también conocidas como sociedades de negros) que recorren los barrios Sur y Palermo. En 2009 (para entonces, viajaba cada dos años), fue el turno de Tilcara, en la provincia de Jujuy. Tras Bahía en 2010, en 2011 partió para Bolivia, hacia la ciudad de Oruro. En 2012, se fue para Barranquilla, Colombia. En 2013, retornó a Tilcara para luego, en 2014, planear hacia Panamá. En 2015, finalmente, volvería por los pagos montevideanos.

“Yo percibo como una tregua, ¿viste? El carnaval es eso. El carnaval es, como dijo Sebastián Miquel en la presentación del libro, policlasista. Como digo en el libro, es un aglutinador de clases sociales. La calle como lugar de encuentro”. En cada destino, Piotrkowski caminó las calles del carnaval, cerveceó con los paisanos, conoció y entrevistó toda la gente que pudo.

Recorrida Latinoamericana

“En Montevideo esperan todo el año por el desfile de las llamadas”

Juan Castel, coordinador del Centro de Investigación y Documentación del Museo del Carnaval,  dice que el carnaval de Montevideo no sólo es el más largo (en total, dura unos cuarenta días), sino además “el más teatralizado. Nuestra forma de participar es comprar una entrada, ir, aplaudir, estar”. Murgas y parodistas hoy en día recorren tablados relativamente centralizados en comparación con otras épocas, cuando los tablados se ubicaban en todos los barrios. Abunda la crítica y la parodia política, y nadie se salva de caer en la guillotina del humor. En los ensayos de las llamadas, participa cualquiera que se sume al bailongo de los tambores, pero los dos días de los desfiles las casas de los barrios Sur y Palermo se convierten en anexos a las gradas colocadas a ambos lados del recorrido y sus terrazas devienen en algo así como palcos vip.

Piotrkowksi recorrió Montevideo con los legendarios murguistas Falta y Resto y con los más nuevecitos Cayó la cabra. Las murgas uruguayas tienen por característica no sólo el colorido vestuario y su teatralidad, sino que cada una desarrolla un personal estilo musical lo mismo que una poética particular para sus letras. Así, murgas como Falta y Resto o Agarrate Catalina han recorrido escenarios del mundo brindando sus espectáculos.

En el norte argentino o en Oruro, Piotrkowski encontró mucho de presencia indígena, pero también abundante sincretismo religioso.

Frente al misticismo afro, en Oruro aparece el misticismo católico. Por la avenida 6 de agosto desfilan los grupos folklóricos de caporales, morenadas, diabladas y tinkus. Allá van, bailando a lo largo de un río de gente que llega a los cuatro kilómetros en una ciudad donde el resto del año no pasa mucho. Pero esos días de carnaval, Oruro se tiñe de todos colores.

El desfile por la 6 de agosto, extraño para una fiesta que consiste en dejarse llevar, termina en la iglesia del Socavón. Allí, los bailarines dedican sus danzas a la virgen. Carlos Daniel, integrante de la asociación Sambos Caporales, relata a Piotrkowski en el libro la sensación “inexplicable. Cuando uno baila con fe, lo hace de corazón para venir a dedicarle todo a la virgencita”. “Se siente lindo, ¿no?”, le dijo otro hombre que salía de la iglesia. Y los bailes y las bandas van más allá del sueño, haciendo que día y noche se fusionen.

En Tilcara, el carnaval está asociado a las fiestas de la abundancia de los pueblos originarios, donde se celebraba la recolección de la cosecha. Hoy en día, una mixtura de aquellas festividades, la influencia de la mitología cristiana y costumbres europeas conforman el carnaval tilcareño, que comienza con el desentierro del Diablo.

Mientras dura la fiesta, los diablitos corren por Tilcara hablando con voces finitas y bailando con todas las mujeres que pueden. Se toma hasta caer redondo, brindando casa por casa (en las casas grandes se invita chicha y saratoga, y rechazar la invitación se considera una falta de respeto), la Ruta Nacional 9 queda casi bloqueada de la cantidad de autos estacionados. Se bailan huaynos y carnavalitos hasta que los pies no puedan más, cubiertos todos en harina y, finalmente, se vuelve a enterrar al Diablo, incendiándolo para que renazca de sus cenizas al año siguiente.

El carnaval de Bahía cerró para Piotrkowski el circuito brasilero. Ahí visitó la Senzala do Barro Preto – el hogar de Illê Aiyê, el bloco más viejo de Salvador, fundado en 1974 – durante la ceremonia en que se visten a la reina y a las princesas. Para Piotrkowski, esa ceremonia que presencio en la Senzala ubicada en Liberdade – uno de los barrios más grandes de América Latina con un millón de habitantes – está imbuida de una atmósfera mística y espiritual que no siempre se repite en otros carnavales, donde no hay espacio para estos momentos de pausa.

Ese año (2010), Dilma Roussef estaba en campaña para lo que iba a ser su primera presidencia y pasó por la Senzala. No es que Illê Aiyê haga política, sino que la relevancia cultural del bloco y del carnaval en el mundo bahiano es tal que un candidato presidencial considera hacerse presente. En Brasil el carnaval moviliza, literalmente, a millones de personas en cada festejo.

En Colombia, en Barranquilla, hay mucha influencia afro, pero también “es indígena, también es español”. La música es, sobre todo, la cumbia de grupos como Toto La Momposina, pero la canción insignia del carnaval (Te olvidé, de Antonio María Peñaloza Cervantes) es un chandé, una fusión de ritmos indígenas y africanos. Las danzas van de la influencia española con vestuarios que recuerdan a épocas coloniales al mapalé de tradición afro. El premio principal de Barranquilla es el Congo de Oro y las comparsas van de las numerosas a otras de unos pocos integrantes, familias que se han convertido en personajes históricos del carnaval. Ritmos como el mapalé, el garabato o el paloteo, por ejemplo, sólo sobreviven dentro del contexto del carnaval. En Barranquilla no se entierra al Diablo, sino a un extenuado Joselito Carnaval…

En su libro, Piotrkowski cita a la antropóloga Mirta Buelvas: “Nuestro carnaval es europeo, africano e indígena, pero a la vez ya no es nada de eso, porque ya es otra cosa; es una fusión creativa”.

Al llegar a Panamá, el carnaval al que asistió Piotrkowski (que no fue el principal, que es el carnaval de Las Tablas, el cual hasta es televisado) fue de menores dimensiones que los otros, también con influencia afro. Pero también fue al Carnaval Acuático de Penonomé, un pueblo pequeño a una hora y media de la ciudad de Panamá. Ahí, las reinas del carnaval desfilan en carrozas acuáticas por el río Zaratí – símbolo de la vida para los indios Zaratí -. Por la mañana tienen lugar los culecos, donde la gente va a escuchar música (mucho reggaetón) y son rociados con agua por camiones cisterna.

En Panamá ha cundido la influencia estadounidense (el acuerdo firmado en 1903 con Estados Unidos por el Canal de Panamá – que le otorgó a la potencia su operación a perpetuidad y la posibilidad de construir bases militares – transformó a Panamá básicamente en un protectorado) con respecto a la organización y el temor a la inseguridad, por lo cual “está todo muy ordenadito. (…) A la mañana son los culecos, a la noche empiezan las comparsas. Cierran toda la cinta costera, que es como Miami” y se arman colas de hasta diez cuadras para poder entrar a ver el desfile. En el carnaval de Panamá, algunos personajes históricos se fueron perdiendo luego de que se prohibiera a la gente disfrazarse y taparse la cara, “porque se decía que incitaba los robos”. Así, y pese a que lentamente estaría retornando la costumbre del disfraz, Piotrkowski fotografió en acción al último Resbaloso, un tipo que va por la calle asustando a los transeúntes.

Ni cultura menor, ni atracción turística

Carnaval Tilcara - Guido Piotrkowski

Carnaval Tilcara – Guido Piotrkowski

Para muchos, el carnaval sigue siendo una expresión cultural menor – “como si la alegría valiera menos que lo serio” -, una gran fiesta y ya. Pero esa percepción convive con la transformación del fenómeno popular y en una profesionalizada atracción turística. Esto ha hecho que al menos parte de los carnavales muten en entretenimientos con agenda que conviven con lo que podría llamarse la expresión más genuina del espíritu festivo que es una ensalada de raíces culturales.

Como efecto positivo, los carnavales han tornado en fechas que generan enormes ingresos por la cantidad de turistas que atraen. Pero para Piotrkowski, no es el gigantesco Sambódromo Marqués de Sapucai el mayor representante del carnaval de Río, sino los cientos de blocos que bailan las calles, “para mí, el carnaval es más anárquico”. Es ahí donde se abre la compuerta que descomprime el año y suspende el tiempo y las fronteras por unos días, “para muchos, sobre todo para los sectores más humildes, es el único momento en que descargan todo”. No obstante, “más allá de la joda, del alcohol, del descontrol, es cosa seria”.

Es cosa seria y, quizás por eso, “el denominador común, el lugar común, es la alegría”. Sea en Panamá o en Bahía, hay una idea que se reitera en los protagonistas entrevistados por Piotrkowski, y es la del carnaval como “fiesta del pueblo”.

Fotos: gentileza de Guido Piotrkowski

AUTOR

DIEGO BRAUDE. Licenciado en Artes Combinadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Periodista y documentalista. Crea y dirige Imaginación Atrapada desde 2005, proyecto seleccionado como mejor revista de teatro en los Premios Teatros del Mundo. En 2013 estrenó su largometraje documental “Fabricantes de Mundos” y desde 2011 ha escrito en el diario Página/12 y la revista Acción.

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