
José Campusano dirigió su primer película a mediados de sus treinta años, pero dice que no hubo un momento en que empezó con el cine, sino que “nací empezado”. Sin acceso a una cámara, armaba relatos a través de figuritas, dibujaba cómics, “era muy angustiante no poder filmar”. Al mismo tiempo, dice que si hubiera podido filmar antes y con más presupuesto, quizás hubiera “hecho un producto más corriente”. En cambio, lo que cuenta sin dar detalles es que en esos años la vida le pasó por encima y lo transformó y el Campusano que finalmente pudo filmar a sus 34 – 35 pirulos ya era otro hombre.
Es de noche en un bar frente al Congreso. Termina la entrevista y Campusano cierra con dos frases entre muchas otras:
“El audiovisual tiene una conexión muy directa con el imaginario colectivo”
“Con otro audiovisual también podemos esperar otra humanidad”
Campusano nació en Quilmes en 1964 y en cuanto pudo se dedicó a ver todo el cine al que tuviera acceso. Se venía con amigos a las salas de la calle Lavalle, más tarde rescata los Sábados de Súper Acción que tenían cita en el viejo Canal Once. Mira para atrás, hacia esa época, y recuerda que había variedad, algo que considera no existe en la oferta actual, ampliamente dominada por la producción proveniente de Estados Unidos. La predominancia de lo que entiende como un relato único y hegemónico que impide otras voces lo obsesiona.
“Yo creo que el gran poder de la transmisión de realidades y de datos pasó de la palabra escrita, del Verbo, a la imagen, y en el medio se instaló un conglomerado bastante nefasto que ha usurpado el ejercicio de la captación, la distribución y la generación de contenidos”. Dentro de esa lista Campusano incluye a los festivales, a los fondos de financiamiento, etc, que a través de su funcionamiento y sus curadurías han estandarizado esos contenidos. No es que Campusano reniegue de ser invitado a un festival o de presentarse a un fondo de financiamiento, pero eso no le impide ser muy crítico, porque su posición es clara: las cosas deberían ser distintas, funcionar de otra manera.
Empezó filmando de manera precaria, con dos faroles de jardín, dos telgopores gruesos, una cámara AZ1 que le costó un Perú comprar. Y de ahí en adelante no paró. Antes de filmar, solía tener problemas pulmonares y, desde entonces, nunca más. Siente que algo en él se desbloqueó y su vida cambió. Cambió, también, su forma de vincularse con los otros a partir de relacionarse con los equipos de trabajo de cada película, donde participaban en sus orígenes muchos actores poco conocidos o no profesionales. Algo que se repite en su forma de hablar es la mención al agradecimiento al otro, sea quien ese otro sea.
Campusano menciona a José Martínez Suárez y al Festival de Mar del Plata como aquellos que le dieron un espacio importante que, a su vez, le permitió una exposición que le posibilitó viajar con sus films. Es no significa que a Campusano no lo mueva su propia prepotencia de trabajo: actualmente, va por su novena película en nueve años. Su estética y su estilo han cosechado cultores y detractores, pero indiferencia no es algo que pueda asociarse a sus obras. Si no se sabe más de Campusano, como ocurre con tantos otros realizadores, es por la falta de difusión y distribución localmente, que es uno – sino él – de los principales problemas del cine argentino desde siempre. “El circuito comercial es muy hostil, sabemos que va muy de la mano de los lobbies y de las mafias del entretenimiento, que no admiten competencia”, sostiene el quilmeño. En su caso, sus films se mueven por un circuito diferente: centros culturales, bibliotecas, motoencuentros (sus protagonistas han sido en más de una ocasión motoqueros), y un largo etc. Durante el año, las películas de Campusano recorren el mundo y él va con ellas, dando asimismo talleres sobre lo que define como un cine “comunitario y cooperativo a más no poder”.
Nacido en el conurbano, hijo y hermano de boxeadores, vivió desde siempre como comerciante de diversos rubros en los que incursionó – “vidrios, rejas, chapa, madera, aluminio… construcción” -. Campusano dice que eso le permitió alcanzar una cierta independencia económica que le permite salir a filmar su cine sin la necesidad de recurrir a financiamientos de ningún tipo.
Toda esta experiencia lo llevó eventualmente a crear el Cluster Audiovisual de la provincia de Buenos Aires. Hace un tiempo ya se habían juntado con Pablo Almirón, de Corrientes, y Miguel Angel Rossi, de Bariloche, y llegado a la conclusión de que era necesario hacer algo para mejorar la situación que vivían como realizadores. Recorrieron el país y donde más prendió la idea de nuclearse fue en la provincia de Buenos Aires (en Capital Federal, la convocatoria inicial dio un resultado nulo). Pasaron de un número inicial de apenas siete personas a conformar actualmente un espacio de unos 90 miembros.
“Es como un agradecimiento de mi parte hacia la sociedad por todo lo bueno que a nivel cinematográfico – y a otros niveles – me ha dado. Creo que es algo que no podría no hacer, porque la estructura del cluster me permite volcar todo el conocimiento que yo puedo haber capitalizado en este tiempo, así como el de otra gente que también está dispuesta a brindarlo”.
Así fue que se descartó construir una asociación de directores o productores, porque se consideraba que eso dejaría mucha gente valiosa afuera. El cluster, entonces, reúne a todo aquel vinculado de una u otra forma con el audiovisual – músicos, actores, directores, prenseros, académicos, productores – y que desee aportar y juntarse con otros.
Produce como vives, vive como produces
El cronista le menciona a Campusano que le parece interesante la utilización del término cluster, ya que es un concepto usualmente utilizado en economía. El director contesta que no es casual.
El cluster buscó en los inicios convocar también a figuras ya legitimadas por el mercado, pero se encontró con una fuerte resistencia. Si bien los miembros pertenecen a generaciones variadas, lo cierto es que el promedio tira más hacia jóvenes de lo que sería la franja 20-35 años. Campusano comenta que un eje es generar espacios de inserción para los jóvenes, por un lado, y por otro apuntar a un pensamiento de grupo para producir como colectivo y así también potenciar las capacidades y oportunidades individuales. Si los jóvenes carecen todavía de currículum, “entonces, hagamos currículum”. En otras palabras, el cluster busca convertirse en un catalizador, pero también un actor que proponga una manera distinta de pensar la producción, la distribución y hasta la forma de sustentarse como cineasta; “el cluster no es una productora, es una herramienta facilitadora”. El año pasado se propusieron filmar nueve películas, y ya llevan seis; se filma en una semana de alto nivel de intensidad una película completa. De esa manera, el colectivo es tanto un ámbito de discusión, como de ayuda mutua y producción.
Argentina es parte de un universo occidental que suele maniobrar como puede en aguas dominadas por Hollywood. Pero Campusano propone pensar el mercado de otra manera, mirar al BRICS (el grupo económico conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y más allá también. Si India (Bollywood) y Nigeria (Nollywood) son los dos principales productores de cine (por delante de Estados Unidos), significa que hay otros mercados económicos y simbólicos posibles que, a su vez, faciliten el consolidar la industria propia. “Son países que son devotos de Latinoamérica y están buscando la forma de generar relaciones. Es un mercado que produce el 80% de las películas del mundo”
La idea de formar clusters, lentamente, ha ido prendiendo en distintos puntos del país de los cuatro puntos cardinales y, por eso, un proyecto para 2016 sería realizar coproducciones interclusters, donde se combinarían artistas y técnicos de diferentes geografías locales.
Toda producción del cluster es colaborativa y cooperativa, cada uno pone algo. Cinebruto, la productora de Campusano cuyo lema es “se filma o se filma”, pone los equipos que ha podido ir adquiriendo, por ejemplo. El objetivo es hacer cine a como de lugar, pero también poder multiplicar las obras que, a su vez, permitan crear antecedentes individuales y grupales.
En soledad todo es más difícil
En las reuniones del cluster, en un espacio que han conseguido sobre Avenida de Mayo, se presentan ideas, gentes nuevas, proyectos en marcha o por emprenderse. Todo el mundo tiene voz. Los integrantes provienen de distintas ramas, y trata de aprovecharse eso en función de la complementariedad de habilidades. La cuestión es que siempre hay alguien que puede traer aquello que uno no tiene, sea material, de conocimientos, contactos o experiencias; el cine como experiencia colectiva y comunitaria en un sentido amplio. No significa que de todas las reuniones se extraigan conclusiones brillantes o que todo se mueva a velocidad del rayo, y quien haya participado de cualquier grupo sabe que es así… Roma no se hizo en un día, andan diciendo por ahí… Al final del día, la lógica imperante que se puede observar es sencilla: solos siempre será más difícil.
En 2014, como forma de estimular la producción, la participación y la difusión de las producciones, llevaron adelante Cine Próximo, que consistió en hablar con gente de los clusters de todo el país para filmar y enviar teasers (es una etapa previa al trailer – que ya entra más dentro de la fase comercial -, donde se muestran fragmentos de lo que se está haciendo) de sus películas. Juntaron treinta teasers sin siquiera hacer una convocatoria abierta. Los teasers fueron proyectados en el Festival de Mar del Plata y en Espacios Incaa como el Artecinema o el Gaumont, de Buenos Aires.
A raíz del éxito que consiguieron con una movida reducida, decidieron ampliarse y crear el FI-CI-Prox (Festival Internacional de Cine Próximo), que en estos momentos continúa recibiendo teasers de todo el mundo (clickear aquí para ver las bases). “Primero el festival de teasers, después el festival de largos”.
El festival de largos que proyectan está pensado en premios que representan una utilidad concreta para las películas, bajo la lógica de que lo importante es que al final del día alguien vea en algún lugar del mundo aquello que tomó tanto esfuerzo y trabajo dar a luz. Por eso “es un festival de distribución”, donde los premios serán contratos de distribución a nivel local e internacional y “la idea es que hasta la última película que compitió tenga una distribución”.
Es de noche en la esquina de Yrigoyen y Entre Ríos. Llega José Campusano. Tenemos dos opciones de café, uno más parisino en la misma esquina, bastante lleno, y otro más sencillo al lado con menos público. Campusano y el cronista entran al segundo. Cortado en jarrito y una medialuna para este últmo, un jugo de naranja y un tostado – que resultará gigantesco – para el primero. La charla introductoria se alarga por casi una hora y el tema es el cine: el que se hace, el que podría hacerse, el que se ve, el que no se ve más o hay que buscarlo, la posibilidad de crear mercados o utilizar otros enormes y a los cuales no sabemos o no queremos mirar, la idea de que el cine en alguna medida es una herramienta de transformación y de ahí su poder. Todo tiene que ver con todo, y esta entrevista por eso es posible leerla de principio a fin o en orden inverso, porque para Campusano individuo y colectivo no son dos entes separados, sino todo lo contrario.
Foto: Diego Braude