
Desde hace tiempo ya que se dice que el libro es una especie en extinción. Sin embargo, hay algo en el objeto que hace que todavía persista. Frente al alto nivel de concentración del mercado en un grupo de editoriales, múltiples casas más pequeñas y escritores se dan cita en la Feria del Libro Independiente (Flia), un fenómeno que tuvo un inicio concreto con nombres y apellidos pero que ahora liberado de centro neurálgico se expande y diversifica incluso ya más allá de la Argentina.
El germen del libro masivo como lo conocemos hoy comenzó hace unos seiscientos años, cuando el alemán Johannes Gutenberg (nació en Maguncia hacia finales del 1300, parte de lo que por entonces aún era el Sacro Imperio Romano Germánico) inventó la imprenta moderna. Su primer trabajo fueron 150 copias de la Biblia, trabajo que no llegó en realidad a terminar él mismo – su prestamista y socio, Johannes Fust, se quedó con el negocio en pago por las deudas que Gutenberg había contraído con él durante la aventura – y finalizaría su vida arruinado económicamente. Gutenberg no vivió para verlo, pero desde entonces cada siglo la producción editorial aumentaría de manera exponencial.
La educación masiva y pública, entretanto, no llega a los doscientos años. Recién el siglo XX vio la creación de millones y millones de lectores a través de los procesos de alfabetización, dato que usualmente se ignora cuando se suele decir “la gente hoy lee cada vez menos”. En otras palabras, hasta hace unos cien años, sólo una proporción relativamente pequeña de la población mundial sabía leer y escribir, sin mencionar el intercambio en diferentes idiomas.
La imprenta de Gutenberg trajo la posibilidad de la publicación masiva. Las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) llevaron esa masificación a niveles desconocidos para la humanidad. Las fronteras, de alguna manera, cayeron frente a la información que circula a velocidades cegadoras a través del globo, y el costo de copia se volvió cero. Sin embargo, algo resiste. Por cada avance del mundo virtual y la omnipresencia de la pantalla, de lo tele (lo que ocurre o se acciona a distancia), aparece la necesidad del encuentro físico, del tacto, de los olores y los sonidos; abrazar, acariciar, agarrar. No se trata de negar la tendencia hacia lo digital, pero el cronista arriesga que tomará – como mínimo – mucho más tiempo para que el objeto libro desaparezca. En la misma línea parece inscribirse la Feria del Libro Independiente, pensada originalmente como una alternativa más personal y artesanal a la comercial Feria Internacional del Libro.
“Otra forma de poder juntarse”
No es tarde, pero ya es de noche en la calle Morón, en la frontera entre Caballito y Flores. Casas viejas, todavía no muchos edificios de departamento – aunque, lentamente, van llegando, como a otros barrios -. Una puerta da a una larga entrada. No hay ni cartel ni aviso, apenas se ve una lucecita que se cuela al fondo en dirección al camino de entrada. Pero, al final de esa entrada misteriosa, detrás de una curva, está la Casona de Flores, donde entre otras cosas puede encontrarse a la gente de FLIA Capital… Porque, a estas alturas, no hay una FLIA; si se quisiera realmente tener una imagen completa habría que viajar por rutas y cruzar fronteras y geografías. FLIA tuvo un nacimiento, pero como si fueran células guerrilleras, las FLIAS que replicaron ese nacimiento inicial a su manera comparten denominadores comunes, pero no un centro que decida por todas. La entrevista aguardando en el segundo piso de la Casona de Flores muestra apenas una de las caras, una de las historias.
Corría el final de un siglo y comienzo de otro. Escritores varios que se publicaban sus propios libros – y luego los vendían en la calle – a raíz de la dificultad de acceder al apoyo de grandes editoriales se unieron para conformar Escritores Independientes. Era el año 2001 y luego procederían a juntarse con otros cinco colectivos, con quienes llevaron adelante el ciclo Poesía de Miércoles en FM La Tribu (el punto que ha sido desde entonces opción de reunión).
Más o menos para la misma época, el escritor Matías Reck y otros colegas montaban la Contraferia frente a la Feria del Libro. Pablo Strucchi, contando unos 20 años, había ido a la Feria del Libro a vender su obra en la calle (libro cuya edición había diseñado en su propia computadora y multiplicado vía fotocopiado, siguiendo la herencia de los fanzines de los cuales había participado). “Me crucé con unos tipos con un megáfono, que estaban en la puerta ‘¡No entre a esta feria!’”. El resultado fue que Strucchi se quedó charlando con los tipos del megáfono, “me acuerdo que estaban (Esteban) Charpentier, (Héctor) Urruspuru y Merluza (Juárez)”. Este grupo llevaba adelante Maldita Ginebra, el ya longevo ciclo de poesía autodenominado La dama desdentada del Abasto.
Años después, la noción de Contraferia – “Nos íbamos todos los domingos a la puerta de la feria de La Rural con los libros” – se transformaría en la idea de armar una feria paralela. 2006 daría luz a la primera FLIA, “Feria del Libro Independiente y Autónoma, Anarquista, Autoconvocada; todas las A que puedan ser”. La presentación en sociedad tuvo lugar en el Sexto Cultural, un espacio ubicado en el sexto piso de un edificio del barrio de Chacarita, donde funcionaba también la Mutual Sentimiento.
se ha convertido en un circuito alternativo para editores y autores, pero no exento de desafíos o limitaciones…te tenes que dedicar a vender libros, todo el tiempo
De armado precario y que los echara la policía de la calle, pasaron a una organización elaborada, con stands, presentaciones, charlas y eventos (contando, por ejemplo, con la presencia de José Luis Mangieri, de editorial Tierra Firme y una leyenda del ámbito editorial). El entusiasmo de esa primera FLIA los llevó a repetir la experiencia seis meses después. Al año siguiente realizarían otras tres. Desde aquel génesis, nunca pararon.
La modalidad de organización descentralizada es lo que permitió y permite, para Strucchi, que se hayan podido armar tantas ferias tan rápido y que con el tiempo además han llegado a expandirse por el continente. “El otro día con Matías (Reck) contábamos setenta FLIAs” y cada una – la mayoría en Argentina, pero también en Chile, Ecuador, Colombia, Uruguay, algún intento en Brasil – “tiene de tres a veinte organizadores”. Asimismo, “todas las FLIAs son absolutamente independientes, pero están conectadas”.
Expandirse como reguero de pólvora
Jeremy Rubenstein, historiador francés mudado a estos pagos – que siempre fueron, a su vez, su objeto de estudio – se sumó a la movida en 2009. Rubenstein cuenta que en una de las últimas reuniones, el grueso de los asistentes tenía entre 20 y 25 años, con sólo algunos veteranos rondando los cuarenta presentes. Eso muestra la presencia de una nueva generación en apropiarse de la FLIA, proceso natural y donde “no hubo ningún problema, se lo agarraron”.
Puede afirmarse que FLIA se ha convertido en un circuito alternativo para editores y autores, pero al mismo tiempo no exento de desafíos o limitaciones. Hay autores que han conseguido vender mucho más de lo que hubieran podido a través de una editorial de las grandes, “pero – comenta Strucchi –, personalmente, yo creo que son casos individuales que se pueden dar dentro de la FLIA y de lo que se llama independencia, pero tiene un trabajo atrás que es que te tenés que dedicar a vender libros, todo el tiempo. Con la editorial, ese trabajo no se hace, porque ahí el autor deja que la editorial se encargue. La editorial le dice a Caparrós ‘andá a vender tu último libro a todas las radios’ y ahí lo ves y lo escuchás hablando del hambre”. Pero, efectivamente, hay quienes se dedican por entero a la tarea y a través de la FLIA “viven de todas las FLIAs que hay y del movimiento que se genera. Porque surgen intercambios, centros culturales, nuevas librerías y espacios”, donde los autores consiguen presencia.
La organización descentralizada permitio que se hayan podido armar tantas ferias tan rapido y expandirse por el continente
Rubenstein señala que “si hoy recorrés librerías de la calle Corrientes vas a ver varios autores que surgieron de la FLIA”, algo que puede entenderse de dos maneras. Strucchi es quien apunta a esas dos caras de la moneda: “creo que somos un porcentaje, los escritores independientes. Existimos, no nos podés obviar. Puede ser que sigamos ninguneados; en las librerías, como bien decía Jeremy, hay dos o tres libros, en la Feria del Libro apenas llegamos a estar”.
“Hay un tema de difusión”, dice Rubenstein y Strucchi remarca el caso de Guillermo De Posfay, que “vendió 30 mil libros. No estoy diciendo que vendió dos mil, doscientos, trescientos, como por ahí yo vendí. Guillermo vendió 30 mil y no es reconocido, no existe en los ámbitos literarios. (…) Me parece que hay un legitimación no sólo del escritor, sino también de quien legitima al escritor, como son la editorial o la librería”.
De todos modos, las cosas han cambiado desde aquellos días en la calle frente a la puerta de la Feria del Libro. Algunos miembros de FLIA han avanzado en sus carreras individuales y en los últimos años han proliferado las editoriales independientes, al punto que la propia Feria del Libro les ha ido haciendo espacio.
Por lo pronto, la próxima FLIA se está armando y probablemente sea en septiembre en el Corralón de Floresta – “anduvo bien” -. ¿Qué pasa si un escritor se enteró sobre el pucho y quiere sumarse a la próxima FLIA? Dice Strucchi: “va. Y eso está buenísimo. Caen el día de la feria con su libro, su mesa”. En la FLIA todo circula: información, formas de colaborar, la gente misma. Incluso aquellos que dejan de formar parte de lo que podría llamarse el núcleo duro organizador siguen estando, aportando. La noche cae, la cerveza se acabó y también la entrevista. Antes de apagar el grabador, Strucchi piensa sobre los orígenes y que las siglas de FLIA también puedan significar familia, “me parece importante”.
Foto: Diego Braude