
Era apenas un adolescente, un purrete que un día se imaginó caminando en el cielo. Compró una cuerda de nylon en una ferretería. Luego la ató a dos árboles de su casa. El resto fue subirse y tornarse aéreo. Así dio Sebastián Petriw sus primeros pasos, para quien fue “como volver a aprender a caminar”. Es una tarde de los últimos días de primavera en un bar de Moreno. Esa noche juega River la final de la Copa Sudamericana. Datos de espacio y tiempo, algo que se trastoca cuando Petriw realiza sus espectáculos, que van más allá de una proeza física.
Nace un caminante del aire
Sebastián siempre había sido un chico ágil. Cuenta que su madre recuerda que apenas pudo caminar ya estaba trepándose a los árboles, “hay fotos de eso”. Para cerrar el año, en noviembre de 2014 recorrió en el barrio Piedrabuena, en ángulo ascendente, el cable que lo llevó a 45 metros de altura. Lito Vitale tocó en vivo, Hilda Lizarazu se enteró de la movida y se sumó ese mismo día. Fue el relanzamiento del Galpón Piedrabuenarte. Curioso fue que contraria a la reacción de asombro que genera el equilibrista del circo, al finalizar la caminata de Petriw lo que abundaban era lágrimas de emoción entre los asistentes. “Hace cinco o seis años atrás me di cuenta que cuando yo me imaginaba a mí mismo con el deseo de querer hacerlo, siempre tenía mi imagen en el cielo. (…) Era como una imagen más espiritual de la cosa, de verme caminando y tener el cielo de fondo, de buscar la altura. Creo que eso fue lo que a lo largo de los años me fue estimulando”.
Su primera presentación oficial fue en Brasil, ya que en Argentina no encontraba apoyo para su propuesta de espectáculo. Actuó en Río Grande do Sul y vivió un tiempo ahí, tras lo cual retornó al país. Pudo realizar un par de presentaciones, pero una vez más el camino lo llevó al éxodo. Esta vez fue Francia, donde se quedaría casi dos años.
Cuando regresó a la Argentina, se encontró con que “cuando decís que estuviste trabajando en un país de Europa es como que te dan una carta de admisión para poder hacerlo acá”. Eso le permitió empezar a trabajar en su terruño, pero tiempo después rumbeaba una vez más a la nación gala por otra temporada. Haciendo base en Francia, Petriw cruzó varias fronteras del Viejo Continente visitando tanto ciudades como múltiples pueblos pequeños. Petriw trabajaba con una productora, que era la que organizaba la agenda y hacía los contactos de rigor. Vivía en una casa rodante, en las afueras de un pueblo, en lo que Petriw recuerda como una existencia relajada e idílica.
La segunda estadía en Francia fue de seis meses, pasados los cuales Petriw regresó a la Argentina. En parte, el retorno había estado marcado por una situación que había comenzado a sentirse en Europa. Era 2008 y estallaba la peor crisis económica desde la década del ‘30.
“Recién cuando volví acá, pasados unos meses, me di cuenta de lo que venía pasando en Europa que yo no lo percibía. Nadie lo percibía, hasta que empezó a derrumbarse un poco. A mí me pasó que se me cayeron muchísimos espectáculos. Tenía que ir a Italia, tenía espectáculos en Francia, en Canadá; empezaron a caerse”.
Desde entonces, Petriw no paró de trabajar en el país aunque, si bien sus actuaciones le representan un ingreso – salvo en los casos donde participa de alguna movida colaborando con lo suyo, como es el caso con el Galpón Piedrabuenarte – aún no alcanza para que sea el único sustento y tiene entradas de dinero por otros trabajos relacionados.
Caminar
Casi por definición, el funambulismo implica la constante búsqueda de nuevos lugares y desafíos. Los amigos de Petriw saben que él siempre anda mirando para arriba, buscando “lugares donde poder conquistar momentáneamente ese cielo”. El viaje, la itinerancia continua, “ya lo tengo muy naturalizado. Me acostumbré a cambiar y aprender, a llegar a un lugar y tratar de captar cuál es la atmósfera, sea de un pueblito o de otro país”.
No siempre puede, pero a Petriw le gusta ir a recorrer las calles, “está bueno compartir con el entorno social, con la gente, para aprender un poquito de la cultura, de qué es lo que pasa en el lugar. Porque vas descubriendo que cada pueblito tiene una cosa distinta, cada país tiene algo particular y si no te permitís tener este encuentro directo con la gente, vas a pasar por la vida yendo de un lugar a otro sin tener ningún tipo de crecimiento personal”. Su trashumancia, dice, le permite percibir el mundo como algo cada vez más grande y expansivo.
Autodidacta, Sebastián desarrolló su propia técnica en un país sin antecedentes de otros artistas similares. Años de entrenamiento permitieron que la caminata aérea se transformara en algo tan natural como caminar sobre la tierra.
Durante la caminata de noviembre en Piedrabuena, Petriw cada tanto se detenía, se sentaba sobre la cuerda, miraba a su alrededor. A veces, caminaba para atrás o se acostaba. En cada parada, observaba a su alrededor. No había miedo a la caída, sino total y absoluta paz. “Como funámbulo, sabés que está el abismo, pero uno está viendo el camino. El abismo lo mira para contemplar y para divertirse”. Hablando luego con la esposa de Petriw, ella decía que “Sebastián es así” y que eso se ve en la relación con el cable. El cronista trae a colación este comentario en el bar de Moreno, a lo que Petriw explica: “Fui absorbiendo lo que la generosa cuerda o cable me fue enseñando de una manera que no me di cuenta. Porque siempre digo que te transformás en eso que estás practicando. De alguna forma, la acción que vos emprendés te va a determinar, en cierta medida. Si vos mantenés la armonía interna en el camino que elegiste, sea cual sea, vas a poder lograr llegar a tu objetivo, pero lo importante es que en ese andar disfrutes del recorrido. A su vez, esto es lo que retroalimenta la armonía interna. Si vos tenés un estado de turbulencia, esa turbulencia se la vas a transmitir al camino por el cual estás caminando. De alguna forma, esa onda va a llegar a un punto que, por una cuestión de impacto, la onda viene en la cuerda, choca, rebota, y te vuelve”.
El barrio Piedrabuena carga con el estigma de pesado. En barrios pesados, heavies, densos, se supone que nada bueno puede ocurrir. Hace casi diez años, tres pendejos comenzaron a soñar y hoy Piedrabuenarte se ha convertido en una suerte de hijo pródigo que se sigue abriendo camino. Verlo a Petriw elevarse al cielo en aquel lugar donde nada debía crecer y mucho menos volar, hacer lo que nadie más en el país hace mientras Vitale tocaba, la hija de Luciano Garramuño – junto a Pepi Garachico, los principales responsables de Piedrabuenarte – bailaba y más de una decena de vecinos sostenía las cuerdas que mantenían la tensión del cable… todo eso parecía para el cronista algo de una coherencia total, donde un hombre recorriendo un cable de acero era mucho más que eso. Para Petriw “básicamente, lo que determina si algo se realiza o no es eso, la gente que crea. Que crea, de crear y que crea en sí misma”.
Fotos: Diego Braude (portada) y gentileza Sebastián Petriw (galería de imágenes)