
Promediaba la última dictadura militar, el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Pese a la represión, un caldo de cultivo iba lentamente levantando temperatura en el ambiente teatral. En el año 1979, un grupo de artistas que combinaba jóvenes provenientes del equipo de Ariel Buffano en el Teatro San Martín con otros que venían buscando donde poder formarse y experimentar, presentó el espectáculo para adultos (una novedad en cuanto a las obras de títeres, usualmente asociadas al público infantil) La tremebunda tragedia de Macbeth. Cuatro años después, pasarían a llamarse Libertablas, Libertad a las Tablas. En 2015, Libertablas cumple 37 años de existencia.
“Nosotros nos pusimos nombre en el ‘83 u ‘84, porque era muy común – hoy pasa lo mismo – que la gente se juntara y te mataras para ponerle nombre a las cosas”, explica Sergio Rower (director y productor de Libertablas) y agrega que “Yo dije ‘mirá, no nos pongamos nombre. Si total vamos a hacer un espectáculo y nos vamos a separar, ¿para qué nos vamos a poner nombre?’”. Así fue como el nombre llegó luego del quinto espectáculo. Es una mañana de diciembre de 2014 y Rower está en el Complejo Cultural Sanidad, donde dirige el espacio cultural de la Asociación de Trabajadores de la Sanidad que anteriormente fuera el Teatro del Sur, de Alberto Félix Alberto.
“De entrada fuimos veinte”. Libertablas desde siempre fue un colectivo numeroso, con roles más o menos definidos para evitar caer en la polifunción. Pensar en grande ha sido desde siempre una de sus características, y eso ha implicado a su vez encontrar la forma de producir y subsistir con esa lógica.
Rower no tiene artistas en su familia. Padre médico, madre psicóloga, un abuelo imprentero y abuela ama de casa, otro abuelo conductor de tranvía y la otra abuela también ama de casa. Dice que ese origen no artístico, sino de profesiones y oficios, hizo que ya desde los primeros pasos su preocupación fuera “cómo íbamos a recuperar la plata de cada cosa que gastábamos”.
El génesis ya estaba en la primera función, aquella de La tremebunda tragedia de Macbeth, que implicaba un doble desafío. Por un lado, que el público fuera a un espectáculo de títeres para adultos – cuando se identificaba al títere con obras para niños -, y que fuera público, en general. Necesitaban 300 espectadores para cubrir el seguro de sala – del Celcit, por aquel entonces ubicada en Corrientes y Esmeralda -. La sala tenía capacidad para 200 personas, y promediaron 18-20 por presentación. Al finalizar las funciones, habían llegado a 302, fruto de un trabajo concienzudo de arengar y utilizar todos los contactos a disposición.
Actualmente, Libertablas está por conformarse oficialmente como cooperativa – lo fueron siempre en la práctica -. “Ideológicamente, deberíamos ser una ONG. Porque por año más de cincuenta mil pibes o adultos vienen a ver nuestro laburo. Nosotros llevamos nuestras funciones a asentamientos, a ONGs, a congresos y ferias del libro. Entonces, el espíritu nuestro es que todo aquel que quisiera pudiera venir a ver nuestros espectáculos. La realidad económica indica que deberíamos ser una SRL, porque también necesitamos vender lo que hacemos para poder vivir”. El punto en el que confluye todo y que representa la organización, por ende, es de la cooperativa.
“Libertablas es un grupo donde en general la gente viene y se queda”. En entrevistas, Rower no se cansa de resaltar que “fundamentalmente, es un grupo de muy buenas personas y de grandes profesionales. Entonces, está bueno quedarse”. Tomando la posta de tradiciones como las del circo criollo o el radioteatro, Libertablas se plantea como una compañía para durar en el tiempo, con todo lo que eso significa. “La jornada de Libertablas… vos imaginate, yo arranco a las 5:30 de la mañana. Vamos a armar a un espacio; arman los compañeros que arman. A las 8:30 estamos probando sonido. A las nueve tenemos la primer función. a las once menos cuarto la segunda. Comemos juntos. A las dos y media de la tarde tenemos la tercera. Nos juntamos, vemos cuánta plata hubo, separamos la plata, pagamos el camión, pagamos esto, pagamos lo otro. Nos vamos. Yo llego a mi casa a las siete de la tarde”. Cuando están en una gira, pueden llegar a recorrer diez pueblos en quince días. Básicamente, si la dinámica grupal no fuera buena, se estarían matando o se hubieran separado hace rato.
“Libertablas nunca gasta $200”
La cita no apunta a un canchereo, sino a que para Rower la apuesta siempre ha sido no ajustarse, sino expandirse. Un espectáculo de los grandes de Libertablas cuesta “entre 35 y 40 mil dólares” producirlo y “hay 105 personas que dependen de la facturación de Libertablas”. Decenas de miles de espectadores asisten a lo que han llegado a ser 600 funciones al año entre los once espectáculos que el grupo ofrece actualmente.
Todos los octubres, Libertablas arma su siguiente temporada, entera. El cálculo ideal del presupuesto anual daría ocho millones de pesos brutos. A veces se acercan. A veces están muy lejos. La clave pasa, dice Rower, siempre por creer que es posible. “Yo me he ido deformando, y ahora planifico los próximos cinco años de Libertablas, no qué vamos a hacer el año que viene”, lo que implica una ingeniería de tiempos y gentes.
En la Argentina, históricamente, el artista puede decirse sin temor a equivocarse que ha sido identificado como un hippie que hace lo que le gusta y encima pretende cobrar por hacerlo. Como si se respondiera a un pensamiento pre-protestante, el trabajo es un castigo y si lo disfrutás estás haciendo algo mal. Lo interesante del asunto es que los propios artistas han internalizado esto. En ese sentido, Rower es muy crítico con respecto a que “desde las cátedras de teatro – desde la EMAD y desde el que quieras, y desde muchos de los mejores profesores privados -, no sólo al alumno no se le enseña cómo intentar vivir de este trabajo, sino que va de suyo que se instala que de este trabajo no va a poder vivir”.
Nadie dice que es fácil o que caerá maná del cielo. En el caso de Libertablas, ha sido el trabajo diario durante ya casi cuatro décadas y el método de Rower fue partir “de la base que nadie nos iba a venir a ver”. Esa visión del salmón que nada contra la corriente, que va desde lo que es la promoción y venta de las obras al diseño artístico y la logística de montaje de cada una, establecía la idea de que “nosotros teníamos que poder ir adonde no iba nadie. En un continente ideológico, eso nos permitió entrar en los lugares que hoy seguimos entrando. Nosotros vamos a clubes, a foros de iglesias, nos metemos en ONGs, hacemos funciones en fiestas populares, en ferias del libro, en galpones, en garages, en gimnasios. También vamos al Cervantes, al Teatro Solis – de Montevideo -, a teatros importantes de España”. De esa manera, el mismo Quijote que recorrió el Cervantes o el Solís, también estuvo en la villa 1-11-14.
Viajar es un placer, que no suele suceder, sonaba una canción de Pipo Pescador. Libertablas viaja todos los años y cada gira Rower la define como algo quijotesco. Quien haya recorrido el país y haya buscado entrar en contacto con direcciones o secretarías culturales probablemente sienta la siguiente situación como familiar: “Primero le pido plata a Nacion, después le pido plata a Provincia, después le pido plata al municipio, y después se la pido al director o al secretario de Cultura. Y todos te dicen que no, normalmente. Vamos al último eslabón del asunto. Vos vas al teatro de Trelew, ¿no? Y al tipo de Cultura le digo
– ¿Me pagás las funciones? Porque van a ser gratuitas, para los pibes
– Y, no, no puedo, porque no tengo presupuesto
– Ok, ¿me pagás el alojamiento y la comida?
– No, no puedo
– Ok, ¿me pagás los pasajes?
– No
– ¿Me pagás una cena?
– No, no puedo
– Ok, ¿podés no cobrarme el teatro?
– Y, no, no puedo, gordo, porque la guita de mi Secretaría de Cultura depende del alquiler del teatro
Así el diálogo puede seguir y es como la técnica de la gota que orada la piedra. Rower, podría decirse, es peleador. Pero no se pelea gratuitamente, no es bardero, sino que plantea que es defender cómo considera que hay que hacer las cosas. No pasa, explica Rower, por quemar puentes, sino por plantear exigencias en base a lo que Libertablas busca brindar. El resultado de la persistencia es que en el presente reciben reservas de un año para el otro de espectáculos nuevos incluso cuando todavía están en proceso. “Yo siempre me peleé, porque siempre tuve clara noción de que Libertablas era grande. (…) Si nosotros, que somos viejos, que hace muchos años que lo hacemos, no nos peleamos, ¿qué le queda a mi hijo, que está empezando a tener un grupo?”.
Rower dice que los años y las experiencias le fueron rompiendo muchos de los prejuicios típicos del artista. Recuerda que en plena crisis del 2001. “Nosotros laburamos mucho en la zona de González Catán, Laferrere. Nos llama una maestra de Virrey del Pino, que ella misma lo definía como ‘la parte pobre de González Catán´. (…) La tipa había tomado lo que era un viejo shopping, que era una galería, y lo había convertido en biblioteca popular para darle de comer a los pibes”. Para la maestra era importante que los chicos, en medio de toda la debacle, pudieran ver un espectáculo y a ella le gustaba mucho la propuesta artística e ideológica de Libertablas. Ellos aceptaron ir, y entonces la pregunta fue “‘¿Cuánto cobran?’, me dice. Yo, con todos mis prejuicios burgueses, ‘No, ¿cómo cuánto cobran? No, contentos de llevar Libertablas. Nosotros vamos a ir. Si nos podés ayudar con el flete, mejor’. La tipa: ‘¡No, no! Pero, ustedes, ¿cuánto cobran?’”. Rower, sorprendido, le contestó y la respuesta fue simplemente “‘Necesito cuatro meses’”. La maestra consiguió que los verduleros colaboraran con berenjenas, tras lo cual acordó con las madres de los chicos que preparan berenjenas en escabeche; las vendieron y con eso se pagó la entrada de cada uno de los pibes. Rower dice que no lo podía creer, que se sentía culpable, “me quería tirar por el balcón”, pero la maestra le explicó que “ellos (los chicos) tienen que entender que ustedes son trabajadores”.
Una cooperativa, siempre
“Libertablas nunca va a ser un colectivo cultural. Siempre va a ser una cooperativa. Si bien quedaría recómodo y relindo que yo me aggiorne y diga que somos un colectivo, no lo voy a decir nunca porque a mí me interesa que la gente me pregunte: ‘¿Y qué es una cooperativa?’. Porque hay un valor ideológico y social que se pone de manifiesto”.
Para Sergio Rower, todo se apoya en la confianza mutua. Él es en el encargado del área de producción y se siente responsable por el bienestar de todos sus compañeros, pero a su vez ellos también entregan su apoyo sin el cual las decisiones no serían posibles. Todo el mundo cobra un salario, y en función del modo cooperativa eso significa también que cuando un compañero no puede trabajar (por ejemplo, por enfermedad) ese cobro no se interrumpe. En gira comen juntos, Rower cocina – “hoy el grupo está dividido en los triglicéridos, los colesterólicos, los hípertensos, entonces no todos podemos comer todo” -, y cada jornada se pasa prácticamente en su totalidad en grupo. Sin química, además de profesionalismo, Rower dice que la convivencia y la subsistencia en el tiempo serían imposibles.
La síntesis de Libertablas, el secreto tan simple y complejo a la vez, es que “nosotros tenemos un par de ideas claras, muy claras”.
Foto: Diego Braude