

Por Matías Zurita Prat
Desde hace aproximadamente unos 40 años, y coincidiendo con los primeros avances de los Estados en la instalación de institucionalidades culturales formales [1] -ya sea Ministerio, Secretaría o Consejo-, se han sucedido una serie de reuniones internacionales con el objetivo de abordar los principales temas relacionados con la vinculación entre el campo de la cultura, las artes y el patrimonio, con el Estado.
Es así como las reuniones de Venecia, Yakarta, Accra, Bogotá y México durante los 70´s y 80´s, solo por nombrar algunas, fueron abordando los principales requerimientos del sector cultural de aquel entonces. Logros relevantes en la materia fueron, por ejemplo, la unificación en 1982 de una definición del concepto de cultura [2] de carácter universal que sirviera de base a los países para situar su marco de acción y operacionalizar sus programas en materia cultural. Dicha definición goza aun de muy buena salud y es utilizada por un sinnúmero de países y es citada habitualmente en congresos y conferencias, a pesar de la existencia de algunas críticas contemporáneas a ella.
Paralela a la primera línea que abogaba por una definición común del concepto de cultura, por la incorporación de temáticas referidas a los pueblos originarios y/o culturas indígenas y el respeto por el patrimonio solo por nombrar algunas, en dicha reuniones comenzó a rondar la necesidad de contar con herramientas que permitieran apoyar la gestión y planificación cultural del Estado. Es así como en 1986 UNESCO presentó el Marco de Estadísticas Culturales (Framework for Cultural Statistics), constituyéndose éste en el primer esfuerzo pensado en el registro, medición y estandarización de indicadores para el sector cultural. Sin lugar a dudas, uno de los hitos más relevantes en cuanto al soporte en información y datos para el sector cultural.
En nuestra región, desde 1986 a la fecha mucha agua ha corrido bajo el puente La discusión entre el modelo francés y el anglosajón fue permanente tema de discusión y la intromisión utilitaria del Estado en la cultura una constante amenaza que se tenía presente a la hora de discutir cómo debía el Estado ingresar a la discusión sobre arte y cultura y qué derechos debía resguardar. Tan presente estuvo dicho temor -y que tiene consecuencias hasta el día de hoy- que los fondos concursables o postulación por proyectos, siguen siendo la principal herramienta de apoyo y fomento a la producción cultural en la mayoría de los países de nuestra región.
En paralelo, muchos países instalaron y afianzaron sus incipientes institucionalidades. Cada país siguió diferentes procesos de discusión y evolución, respetando sus condiciones particulares y dando cuenta de su propio estado de desarrollo[3]. Fue así como Colombia pasó de un Instituto a un Ministerio de Cultura, Perú modificó su Instituto del Patrimonio por un Ministerio de Cultura y hace unos pocos meses Argentina creó el Ministerio que reemplazó a la Secretaría de Cultura. En Chile, se discute en el Congreso hace más de un año la creación de un Ministerio de la Cultura, las Artes y el Patrimonio que reemplace al actual Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA).
Del olfato a la información
No obstante, más allá de la figura jurídico administrativa que adopte la institucionalidad en cada uno de los países, una preocupación común atraviesa a toda la región, y ésta dice relación con la necesidad imperiosa y urgente de contar con información que permita apoyar la toma de decisión en materia de política pública cultural.
El diagnóstico generalizado en esta materia apunta críticamente al olfato y al instinto como el principal factor de decisión a la hora de generar políticas o programas, ya sean estos para el fomento lector, la generación de nuevas audiencias, o el apoyo a compañías artísticas. Esta realidad ha sido compartida por la gran mayoría de los países. La manera en que se han tomado las decisiones relevantes en el sector cultural, generalmente no han sido definidas en base a información fiable, de calidad, generada a través de procesos rigurosos de levantamiento de datos, sino más bien en base a intuiciones que, por la misma ausencia de información en el diseño, carecen de procesos de registro y sistematización que los sustenten, a lo que si sumamos los tiempos políticos y la constante mirada cortoplacista, da como resultado programas que se modifican año a año y que impiden responder a la pregunta sobre el impacto de las políticas culturales.
Hasta hace solo algunos años, el cuestionamiento sobre el impacto cultural, la referencia a los indicadores o la pregunta por la existencia de un sistema de registro era criticada por economicista, o desechada por la inexistencia de medios, tanto monetarios como humanos, para abordar dicha tarea. ¿Cuál es la situación hoy en día?
Políticas Públicas Culturales
Para responder dicha pregunta, es importante situar el marco de acción de las políticas culturales. ¿Qué comprendemos por políticas culturales? Néstor García Canclini señala que son el “conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o transformación social” (1987); por otra parte, UNESCO afirma que las políticas culturales “son el conjunto de operaciones, principios, prácticas y procedimientos de gestión administrativa o presupuestaria, que sirven de base a la acción cultural del Estado. Las políticas culturales permiten definir objetivos, prioridades, intensidades y cantidades, en el desarrollo cultural que promueve el Estado”.
Política Cultural es un concepto complejo y de carácter multidimensional. En este sentido, por política cultural podemos comprender la acción organizada de alguna agrupación artística situada en el territorio, o la manifestación política de un grupo de artistas en contra de tal o cual régimen, o alguna iniciativa de corto o mediano plazo de una organización o incluso el mismo Estado.
Ahora bien, cuando hablamos de políticas culturales desde el Estado, y de su relación con la cultura, las artes o el patrimonio, nos referimos a políticas públicas de carácter cultural, pero políticas públicas a fin de cuentas. En este campo multidisciplinario de la administración del Estado existe una larga tradición y herramientas para abordar el desarrollo de políticas y es la forma en que el Estado desenvuelve sus intervenciones sobre la sociedad.
En este contexto, y al igual que para todos los sectores de la sociedad (salud, transporte, educación, etc.), para el diseño e implementación de políticas públicas culturales debemos contar con información que permita señalar claramente cuál es el problema que se busca solucionar, diseñar los instrumentos apropiados para registro y sistematización de datos e información que nos permitan luego el monitoreo y seguimiento de cada política o programa, para luego evaluar si lo planificado se cumplió o no. Nada más, pero tampoco nada menos.
La generación de estudios, tanto cuantitativos como cualitativos (encuestas, mapeos, etnografías, catastros de infraestructura cultural, etc.), así como una cultura institucional de levantamiento y generación de información, será lo que permita generar políticas culturales de largo plazo, y nos habilitará para señalar con certeza, el real impacto de nuestras intervenciones y de la inversión social. En este sentido, se debe dotar a las instituciones del capital humano necesario para esto, así como también del presupuesto que permita acompañar los procesos comprendiendo este gasto como una inversión que permitirá mayor eficiencia y eficacia en el cumplimiento de los objetivos propuestos.
En el caso chileno, ha existido un apoyo permanente a la generación de estudios en el sector cultural, lo que ha permitido durante los últimos años proporcionar datos e información a las diversas áreas que así lo requieran. Cabe destacar la Encuesta Nacional de Participación y Consumo Cultural, la que nos ha permitido observar durante los últimos años la evolución de las cifras de lectura en la población chilena (47% de los chilenos leyó un libro durante los últimos 12 meses, según la III ENPCC de 2012) y, más relevante aun, conocer las razones de no asistencia del porcentaje restante de población (falta de interés, falta de tiempo y carencia de recursos entre otras razones). Por otra parte, en el componente económico de la cultura, el Mapeo de Industrias Creativas nos permitió observar que el 3,3% de las empresas del país son de naturaleza cultural y creativas, y que el sector editorial es el que más recursos genera (48% del total de las ventas).
En este sentido, el actual desafío para las políticas públicas culturales implica el desarrollo de metodologías apropiadas para el sector cultural que reconozca sus particularidades y condiciones, para así poder observar los procesos sin distorsionar su condición. El apoyo de las autoridades políticas para la inversión permanente en generación de estudios e información será la piedra angular para el desarrollo de políticas culturales de largo plazo, con objetivos claros, medibles y de mediano o largo plazo, generando impactos positivos en su población.
América del Sur avanza de manera decidida en esta materia, y actualmente existen una serie de equipos que trabajan para apoyar la toma de decisiones, generando sistemas de información cultural y una serie de instrumentos para conocer de manera más profunda y ajustada la realidad cultural que se quiere apoyar.
[1] La relación entre la cultura y/o arte con el Estado moderno ha existido desde sus inicios, a través de los museos nacionales, bibliotecas o colecciones; no obstante aquí nos referimos a la instalación propia de la segunda mitad del siglo XX, proceso inaugurado con la creación del Ministerio de Cultura Francés en 1958. Ver Zurita, Matías en “Políticas Culturales: ¿qué medimos? ¿cómo evaluamos?” Observatorio de Políticas Culturales, 2012. Santiago.
[2] “Cultura: El conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.” Unesco. http://www.unesco.org/new/es/culture/
[3] Ver “Los Estados de la Cultura. Estudio sobre la institucionalidad cultural pública de los países del SIC SUR”
3 COMENTARIOS DE LECTORES
¿QUERÉS COMENTAR?Pingback: EC#6 – Industrias Creativas - Sumario 4 Nov, 2014
[…] Información cultural, desafíos para el desarrollo de políticas culturales […]
Aquí, en mi país, República Dominicana, se creo un consejo presidencial de cultura en 1996 que luego, unos cuatro años después fue convertido en Secretaria de Estado de Cultura y en el 2010 se le cambio el nombre por Ministerio de Cultura, en todos los casos, ningunas de estas iniciativa responden a una política cultural del estado, mas bien, se orienta en función de promover el arte en sus diferentes manifestaciones lo que constituye un reduccionismo del concepto.
Pingback: EC#6 – Industrias Creativas - Sumario 23 Jul, 2016
[…] culturales a mediano y largo plazo. Dejan su análisis Vladimir Velázquez Moreira (Paraguay), Matías Zurita Prat (Chile), Diana Cifuentes (Colombia) y Natalia Calcagno y Juan Manuel Zanabria (Argentina). Sumado a […]