
“No es posible que exista una disciplina artística cuya condición de posibilidad sean los millones”, escribían Laura Citarella y Mariano Llinás en Estéticas de la Producción, libro publicado para el Bafici 2009 y posterior a la epopeya de realizar Historias Extraordinarias. La frase está tomada de un párrafo más extenso, pero sintetiza probablemente la mirada desde la cual El Pampero Cine decide producir sus películas.
Llinás, Citarella, Agustín Medilaharzu y Alejo Moguillansky conforman El Pampero, que inició sus travesías allá por el 2002 con Balnearios – obra de Llinás financiada con un presupuesto exiguo y proyectada en el Malba, inaugurando de esa manera un circuito de distribución -. Desde sus comienzos buscaron plantear una forma alternativa de producción a la que expresan los cánones de la industria o a los vericuetos burocráticos que plantea el Instituto de Cine (Incaa), de demostrar que ninguno de los dos criterios es necesario, incluso que son obsoletos. Si se trata de hacer los sueños realidad, mal no les ha ido, con un promedio de más de un largometraje por año.
Alejo Moguillansky espera en el bar El Destino, frente a una cuadra del monumento al Cid Campeador. Su rostro expresa como se siente: cansado. Está estrenando localmente El escarabajo de oro, que viene precedido de premios y muy buena repercusión. Los pequeños detalles que pueden crispar los nervios juegan a la carrera de postas, cuando uno se resuelve aparece el siguiente.
Con Pampero, explica Moguillansky, “el capital que se generó no es, exactamente, financiero”. Conformado como un equipo chico a conciencia desde el momento de partida, han hecho del armado de redes una suerte de arte. “Es más parecido a una unidad terrorista que trabaja, o que trata de acceder, a cierto lugar en el mercado y hace acuerdos personales con una serie de técnicos a los cuales les pide que a la hora de filmar las películas se ponga la camiseta” y lo mismo ocurre con los actores.
“Yo no creo que El Pampero Cine haya encontrado una solución a los problemas de las naturales que tiene de financiación”, dice Moguillansky, “y se tiene que reinventar a sí mismo todo el tiempo”. Muchas veces, un premio por una película viene a cubrir los costos de una anterior o a ayudar otra que se está haciendo. La financiación es fruto de una arquitectura móvil que puede incluir premios o subsidios varios, la preventa de derechos – como ha sido el caso con el canal I-Sat – y otras vías que no son dinero pero implican aportes logísticos (equipos). Gran parte de los ingresos de los integrantes de El Pampero viene de trabajos por encargo, con los cuales de hecho también compensan a aquellos que aceptan trabajar en o aportar a las películas sabiendo que el retorno material llegará tarde y no será cuantioso. “Es una productora pobre. (…) A mí me pasa constantemente, que no tengo un centavo”.
El escarabajo de oro, que está con proyecciones en Malba y en el BAMA los fines de semana de noviembre, fue resultado de una selección del festival danés CPH:DOX, que aportó U$S 20 mil dólares. El film es una road movie que toma elementos de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, y va de Buenos Aires a Misiones, con los protagonistas buscando un supuesto tesoro escondido en un paraje perdido de la provincia norteña. En el medio, cambian por completo el objetivo de una película por encargo resultado de la inversión de un instituto de cine de un país escandinavo para poder financiar la búsqueda del oro escondido.
Las producciones de El Pampero no encajan “en formatos como más tradicionales”, con pasos más definidos que las hagan más previsibles en su realización. Eso, a su vez, influye sobre las maneras de financiar este tipo de películas, pero “no es un problema que lo tiene solamente El Pampero Cine, lo tiene el cine independiente”. Moguillansky cuenta cómo “por una infinidad de redes se consiguió hacer con escasos 20 mil dólares, que incluía que nadie cobre un centavo, que incluía que un actor como Spregelburd se financie el viaje con su familia”. Para Moguillansky, lo bueno de El Pampero es tener la cintura para poder apoyar un proyecto “que no se sabe dónde va. Uno tiene una intuición y es ‘sí, dale’”.
Moguillansky, además de cine, hace teatro. Viene de dos temporadas (una en el Centro Cultural Ricardo Rojas, la segunda en el Centro Cultural General San Martín) de Por el dinero, la obra codirigida junto a su mujer, la bailarina y coreógrafa Luciana Acuña.
Con Acuña se conocieron hace casi diez años trabajando en El Amor es un Francotirador, que Moguillansky dirigía junto a Lola Arias (Acuña era la coreógrafa y también era parte del elenco). Hoy trabajan juntos permanentemente y es parte de su dinámica. “Está todo muy mezclado, la pareja, el trabajo, la familia. Es como una especie de mecanismo; familia que financia obras. Es muy disfuncional como familia tradicional, pero muy funcional a una pequeña empresa productora de cine, teatro y danza”.
En Por el dinero, Moguillansky en cierto momento de la obra exponía los mails intercambiados durante el rodaje con la directora del festival danés, donde le explicaba que necesitaba más dinero para terminar El escarabajo de oro. En esos mails, se relataba la historia de cómo Moguillansky había quedado involucrado en el proyecto Little Sun, del artista Olafur Eliasson y cómo “algo que tenía que nacer como una especie de laburo para ayudar a mi película, termina siendo como un agujero financiero de treinta mil pesos, impagable”.
El pequeño sol del artista sueco es una lámpara solar de LED y “su idea es enviarla a países sin luz del Tercer Mundo. Entonces, piden a veinte cineastas del Tercer Mundo que filmen material iluminado con esa lámpara para promocionar a Little Sun en la Tate Modern Gallery, de Londres, y hacer una especie de megaevento”. Para Moguillansky, el incentivo era que por su clip con Little Sun recibiría mil Euros. Llegada a Argentina la lámpara quedó retenida en la aduana, pero Moguillansky filmó igual y envió el material financiándolo de su propio bolsillo, contando con que eventualmente los costos serían reembolsados y la paga llegaría; ninguna de las dos cosas ocurriría jamás. Mientras tanto, Eliasson le escribía diciéndole que le encantaba lo que había hecho y que lo invitaba a la premier en la Tate, con gastos pagos más un estipendio por día. Lo único que tenía que hacer Moguillansky era pagarse el viaje por su cuenta, para que el dinero fuera reembolsado una vez en la capital inglesa. Las libras, como los Euros, tampoco iban a aparecer, y los costos del viaje eran reintegrados, pero a doce meses. Ergo, Moguillansky volvía a Buenos Aires con un rojo enorme en su tarjeta de crédito. Para poder salir del atolladero, acabó por llamar a un amigo que trabaja en publicidad, “loco, salvame de esta. Prestame treinta lucas y no me pidas fecha de devolución, porque estoy en el horno”. El amigo en cuestión acudía al rescate, y en el presente todavía le quedan seis mil pesos por levantar de ese préstamo. “Es medio un desastre el panorama nuestro. Todo el tiempo es así”.
Moguillansky cuenta que la primera vez que llevó al jardín a su hija, “veía llegar a todos y me sentía un niño. Sentía como que ellos eran grandes y yo era un niño”. Para él “tiene que ver, elegir un camino así, con conservar cierta relación con la infancia. No sé, como resistirse a ser una adulto catalogado en un sistema”.
En El Pampero Cine los roles no están fijos, y de film en film pueden rotar, pero Laura Citarella es “un genio de la producción”. Agustín Medilaharzu, por su parte, es dramaturgo y en El Pampero es el camarógrafo y director de fotografía del grupo. “Es un poco renacentista el cuadro” en lo que, en síntesis, “es una productora de cine habitada por cinéfilos”.
En algún fragmento de la entrevista, Moguillansky se refiere a estar todo el tiempo “atajando penales”. Y si se le pregunta con respecto a que podría ser su definición de cine independiente (debate ya largamente bastardeado), lo asocia a una forma de resistencia en la manera de hacer. “Me parece que es un camino que se tiene que reinventar y redefinir todo el tiempo. No sé si es un camino que tiene demasiado tiempo para mirar para atrás, o hacia el presente o el futuro. Está como en el lugar casi de resistencia. Si uno no lo empuja y lo empuja, está al borde de no existir. Es como la palabra del libro de Serge Daney: perseverancia. Perseverancia”
Foto: Diego Braude
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