
El sistema en que vivimos tiende a la aceleración. En todo. La velocidad es una obsesión, en los transportes, en las telecomunicaciones, en el éxito, en nuestra capacidad de alcanzar la felicidad. La otra compulsión es a estar conectados. Las redes sociales operan de megáfono de nuestras virtudes, nuestros vicios, nuestros logros profesionales, nuestros gatos y nuestras comidas diarias. Eso, sin mencionar que ese posteo intensivo pone en discusión una y otra vez aquello que consideramos público y lo que es privado o íntimo. Incluso, todo sitio web que se precie hoy en día busca vincularse a Facebook o Twitter y usualmente pregunta si aceptamos compartir nuestras acciones automáticamente con los demás en nuestro muro del Caradelibro. Las preguntas acerca de tanto vínculo online se repiten en artículos y entrevistas. Quizás por eso, comiencen a proliferar como tendencia los restaurantes a puertas cerradas, los recitales entre amigos donde a lo sumo circula un sobre discreto como aporte a los músicos y en general el boca a boca como transmisión.
El 2012, Eduardo Carrera elaboró una muestra para la galería Casa Florida (ubicada en Vicente López, en las afueras de Buenos Aires). Cuando se le propuso armar como cierre del año una suerte de broche con su obra, Carrera pensó que estando ya su serie expuesta no tenía sentido sumar otra cosa que refiriera a él. Fue entonces que ideó una contrapropuesta, que devino en Invisible. Al atardecer del 8 de diciembre, Carrera proyectó obras fotográficas inéditas o poco conocidas de numerosos colegas que aportaron sus imágenes. La proyección fue con cañón, pero también se usó un proyector de diapositivas, como fue el caso con Marcos López; “lo llamé a Marcos y le dije que quería proyectar diapos. Me dio un tupper con, no sé, 3 mil diapositivas” (López le dijo a Carrera que la selección final la hiciera él como le pareciera más apropiado). Fue lineal, sin repetición. Fue también un éxito de asistencia, “yo no pude ver la proyección, me tuve que quedar al lado de la pantalla”. Cada imagen existió a partir de su aparición y contacto con el público, para luego desvanecerse. La experiencia se repitió en el 2013 en la terraza del Centro Cultural Recoleta y continuará próximamente.
Para Carrera, fue una manera de reconectar con otra época que fue parte de una bisagra entre el antes analógico y este ahora tan digital. Internet apareció en los ‘90s, junto con el anuncio del fin de la Historia, el auge del menemismo, y una mezcla de remanentes del destape posdictadura con el espíritu de Kurt Cobain. Fue Cobain, recuerda Carrera, quien entre sus últimas palabras antes de suicidarse dijo “es preferible explotar antes que desvanecerse”. En una casa en San Telmo, de alquiler bajísimo que repararon como pudieron y donde llegaron a practicar tiro al blanco, Carrera, su hermano y unos amigos hicieron exactamente eso.
La entrevista transcurre un día húmedo, lluvioso, en las nuevas oficinas en la ciudad de Buenos Aires de la revista de crónica periodística Anfibia, de la Universidad de San Martín y dirigida por Cristian Alarcón. Un viejo edificio de pintorescos departamentos en la frontera entre Monserrat y San Telmo, a pasos de toda la acción diaria de Plaza de Mayo. A no muchas cuadras de ahí se ubica el corazón del Mercado de San Telmo, Plaza Dorrego. Hoy en día, la plaza y sus inmediaciones son uno de los principales atractivos turísticos de Buenos Aires, con un mercado que se extiende por más de diez cuadras los domingos y múltiples bares clásicos y nuevos que pueblan todas sus noches. En el último tiempo, algunos negocios identificables como palermitanos (en referencia a la zona hoy referida en los mapas como Palermo Soho, donde predominan las tiendas de diseño y ropa) han reemplazado a los clásicos anticuarios y varios de los habitantes actuales de esa sección del barrio son extranjeros de cierto poder adquisitivo. La casa del artista Castagnino está cerrada al público y la ex-Padelai está otra vez tomada por las familias que habían sido desalojadas en 2004 y que regresaron luego de un intento conflictivo de transformarla en la nueva sede central del Centro Cultural de España en 2009. Pero hace veinte años, dice Carrera, la pintura era otra.
De derroteros e itinerancias
La velocidad pide resultados. Pero a los procesos los suele constituir la errancia. Carrera nació en 1966 en Buenos Aires. Vivió en Belgrano y fue a colegio inglés hasta que tras el fallecimiento de su abuelo su familia decidió mudarse a Chaco, donde el viejo patriarca había tenido tierras. Del atildado colegio bilingüe pasó al campo, “trabajar con vacas, cosechar a mano; fue otra vida”.
Pasada la adolescencia decidió volverse por su cuenta a Buenos Aires. “Me cagué de hambre”, recuerda. Comiendo salteado, comenzó a estudiar (hizo becado la Tenicatura de Periodismo de la Universidad Católica Argentina – donde se recibió en 1987 – y tuvo también un paso por Letras, de la Universidad de Buenos Aires) y trabajar en periodismo. Las ganas de emigrar ya estaban presentes, pese a lo cual rechazó un ofrecimiento para trabajar con todo incluido (hasta los trámites burocráticos) en una revista del Vaticano. Fue por esa época que cubriendo un congreso hizo buenas migas con el periodista español David Torrejón, con quien intercambió direcciones de correo – “en esa época todavía no existía Internet” -. La relación prosperó a la distancia, “cuando una nota me gustaba como me quedaba, se la mandaba. Él, lo mismo”.
Los ochentas llegaban a su fin con la híperinflación como protagonista. Carrera escribía en ese momento para Mercado Publicitario, revista cuyas oficinas se encontraban a mínima distancia de la actual de Anfibia. Cierto día, llegó la llamada de Madrid. Torrejón le ofrecía al joven Carrera de 23 años ser su mano derecha en un nuevo proyecto editorial. Con los 24 recién cumplidos se fue y pasó las siguientes cuatro temporadas en el Viejo Continente. “En España, es que yo empiezo a hacer foto”.
Cuando retornó, no quería seguir con el periodismo, “me agarró una cosa muy autodestructiva, muy efervescente, muy rara”. Abrió un bar, pero entonces explotó el Efecto Tequila (1994-95). La crisis mexicana fue la primera evidencia de cuán globalizada se hallaba ya la economía mundial; en Argentina, en poco tiempo la desocupación trepó a más del 18%.
La turbulencia financiera transformó el crédito que había pedido Carrera en potencialmente impagable. El temor al desmadre y la inexperiencia lo llevaron a malvender una casa familiar para cancelar todo. El poco efectivo que le quedó se le esfumó y “me quedé pelotas y sin profesión”. Trabajó (literalmente) de lo que pudo y, al mismo tiempo, volvió a la escritura pero ya desde otro ángulo más personal y lo mismo con la fotografía.
Unos amigos le hicieron saber que se alquilaba lo que había sido el bar Las Ruinas, en Humberto Primo y Bolívar. “Bar, nunca más”, cuenta Carrera que pensó, pero que para vivir podía ser. Doscientos metros cuadrados en mal estado pero a muy buen precio. Hoy, ahí, existen lofts, pero en los noventas la historia fue otra. “Escuchaba los pasos de chorros que pasaban por el techo, y ni bola. Sabías que no te iban a robar a vos; iban a robar los negocios. Era un delirio. San Telmo no era lo que es ahora. La policía hacía razzias. Le robaban a Dios y María Santísima. Era un quilombo… (…) Había mucho robo y violencia porque sí. Te rompían todas las vidrieras de la cuadra, pero no para robar, era que al tipo le pegó mal algo. Y la policía estaba muy pesada, muy pesada. A casa caían una vez por semana, por denuncias de los vecinos”.
La casa estaba muy desvencijada y hubo que hacerle arreglos, por decirlo de alguna manera. No había agua caliente, había ratas, las habitaciones no tenían puertas, comían en el piso, levantaron paredes sin tener conocimientos de cómo hacerlo. Todo era precario y extremo al mismo tiempo, como colocar una sartén vieja al fondo de la casa para practicar tiro al blanco con un calibre .32 que hacía que a veces tuvieran que gritar avisando que estaban entrando para no quedar en la línea de fuego.
La movida que armó el grupo de compinches (Eduardo y Fernando Carrera, Axel Alexander y Juan Pablo Espinoza) que se mudó a San Telmo convirtió al lugar donde vivían en una “casa de puertas abiertas”, donde amigos artistas y no artistas se aparecían sin previo anuncio. Drogas, alcohol, rock & roll y fiestas que se convirtieron en un punto obligado de la noche de esos años. Nada de mails ni difusión de ningún tipo más que la palabra que iba corriendo de que ahí pasaba algo que estaba bueno.
El Oktoberfest y las elecciones presidenciales
“Habremos fracasado en otras cosas en la vida, pero nunca en convocar gente”, dirá Carrera en algún momento de la entrevista. De todas las fiestas que armaron, Carrera señala dos como paradigmáticas.
En el año 1993, lo que pasó a la historia como el Pacto de Olivos (entre Raúl Alfonsín, en representación del radicalismo, y Carlos Menem) dio pie a la reforma constitucional de 1994. Esa reforma, a su vez, fue la que posibilitó que el presidente electo en el ‘89 se postulara para su reelección en 1995.
Con la certeza pesimista de que Menem habría de salir triunfante (el riojano habría de peinar el 50%, con José Octavio Bordón bordeando el 30% y el rionegrino Horacio Massaccessi 17%), los habitantes de Humberto Primo y Bolivar decidieron organizar unas elecciones propias. Alexander armó un video de campaña donde mostraba reparaciones que realizaba en la casa. Fernando Carrera optó por una campaña de descrédito de sus colegas, mostrándolos completamente arruinados en imágenes trucadas donde explicaba por qué no había que darles el voto. Espinoza, que había cursado la secundaria en el mítico colegio industrial Otto Krause, también optó por la reparación de artefactos a los que les colgaba un cartel que indicaba que era su lista la que los había arreglado. Eduardo, que había mantenido un perfil más bajo en los preparativos, el día de la votación simplemente puso un cartel con una flecha giratoria que decía “Si para usted las ofertas son tan decepcionantes que no sabe a quién votar, deje que el destino decida su voto” y tenía una leve inclinación que hacía que la flecha cayera siempre sobre su lista. El día de la elección, que coincidía con la jornada electoral oficial, candidatos y votantes todos se mostraron con máscaras. Incluso asistieron periodistas. Ganó Eduardo y “hasta el día de hoy hay gente que me dice presidente”.
“Se hizo en noviembre”. Era alrededor del año ‘98. La idea había sido que fuera, efectivamente, en octubre y por eso la habían bautizado Oktoberfest, pero no llegaron y la fiesta tuvo lugar en noviembre. Convocaron a artistas de renombre y les mostraron la casa.“Cada uno eligió un pedacito”. Abrieron toda la casa a la fiesta. “Por ejemplo, en mi habitación yo levanté la cama y de las patas colgué una tela azul muy profundo pero con cierto brillo y ahí colgué con un alfiler poemas que me traía la gente y (puse) un banquito. Todo en la oscuridad y una luz sobre los poemas. Entonces, de golpe vos estabas ahí chupando y en un momento te ibas ahí y te sentabas diez minutos a leer poesía. En otro cuarto, con una tela también – porque estaba nuestra ropa, nuestras cosas -, había un monitor con un trabajo muy bueno de texto y fotos que había hecho mi hermano con diapositivas y Juan Pablo – otro de los amigos que vivía ahí – lo transformó en una peliculita con música que hizo sampleando discos de vinilo del año del pedo – quedó un laburo increíble que mi hermano después lo mostró en el Goethe, pero que el origen es el Oktoberfest”. En otro de los espacios, un chef había preparado un set de salsas para comer con pastas; “su obra te la comías”. Diseñadores de indumentaria armaron un desfile con ropa diseñada a base de basura.
Todo termina y vuelve a empezar
Al comienzo, “la gente llegaba (sin aviso) porque sabía que había fiesta cualquier día”. Luego, se fueron organizando y ya no era una cuestión diaria, pese a lo cual la producción cultural siempre fue intensa. Más tarde, Alexander se enamoró y se mudó con su chica. Fernando siguió el mismo destino. Espinoza se fue a Francia, donde todavía vive. Eduardo quedó solo.
Carrera eventualmente partió, pero fue sólo por un lapso. En determinado punto, se encontró seis meses durmiendo donde podía. En el interín, el nuevo inquilino de Bolívar había hecho desastres. El dueño lo contactó a Carrera y le ofreció regresar. A la deriva total, el dueño le aceptó retornar por un alquiler irrisorio. Cuando entró, la casa tenía los vidrios rotos, estaba semidestruida, tuvo que despulgarla y desratizarla. “Hacía un frío de muerte, pero yo volví a tener casa. (…) Me acuerdo de haber prendido una estufa de gas, haber pegado un plástico en la ventana para no tener frío y estar leyendo Bomarzo y haber dicho ‘bueno, de vuelta tengo un hogar’”
Reflexionando hacia atrás, Carrera dice que pese a la cantidad de gente que movían (los llegaron a entrevistar de MTV, los taxistas del centro conocían su dirección de memoria) en cada iniciativa, jamás pensaron en sacarle provecho económico de ningún tipo. “Éramos un poco punkies y rebeldes. No queríamos ser nadie. Le decíamos Casa Mengueche, como ‘Marca Blanca’. No era de nadie”. Carrera cree que lo que pasó fue alimentado en parte por el espíritu de la época, en parte por cómo se combinaban sus propias biografías. Previo a la disolución del grupo, hicieron como si fuera una despedida una muestra en el Centro Cultural Adán Buenosayres, que por ese entonces se ubicaba sobre la avenida Corrientes.
Hoy, Invisible un poco lo reconecta con algo de aquel espíritu donde se conjugan la vivencia, lo colectivo, lo efímero. Una mala experiencia con un productor que prometió el oro y el moro lo terminó de convencer por dónde viene la mano. Quizás, más allá de las mediaciones de las nuevas tecnologías y las necesidades materiales de nuestro día a día, el impulso de reunión y de vivir el tiempo como algo corpóreo van más allá de la época y ésta, a lo sumo, indica el envase del encuentro.
Foto: Diego Braude
2 COMENTARIOS DE LECTORES
¿QUERÉS COMENTAR?Pingback: Dossier Cultura y Nuevas Tecnologías 11 Jul, 2014
[…] redes sociales para conformar una mirada colectiva en sus coberturas periodísticas; al fotógrafo Eduardo Carrera, que junto a su hermano y amigos generó una movida emblemática en el San Telmo de los ’90s […]
Pingback: #3 - Cultura y Nuevas Tecnologías - Sumario 21 May, 2016
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