¿Perimetrar la economía y la cultura?

Tantas páginas han sido escritas acerca de “las relaciones entre economía y cultura” que ya casi no se puede decir nada más, a menos que se cuestione desde el inicio que la economía y la cultura tengan esa consistencia más o menos definida que se les atribuye y que, en definitiva, es lo que permite que hablar de “sus relaciones” (armoniosas o peligrosas) conserve algún sentido (¿cómo hablar bien de dos cosas que no existen, o que están tan mal definidas que es como si no existieran?).

A la manera de un agrimensor que toma las medidas de una superficie de tierra, les propongo que me acompañen a explorar “con nuevos ojos” aquello que se llama “economía” y aquello que se llama “cultura” en las narrativas que pretenden dar cuenta de las “relaciones” entre ambas.

Como no hay medición sin instrumentos, iremos equipados de una pequeña caja de herramientas, un conjunto de conceptos que oficiarán de GPS orientándonos en esta superficie que, adelantamos, es horriblemente pantanosa. Tal es así, que el espacio de estas páginas sólo alcanza a tener una idea de la tarea a emprender: como si, en tanto agrimensores, sólo tuviéramos el tiempo de ir a reconocer el terreno para darnos una idea algo imprecisa del trabajo por hacer (¡y cuánto cobrarlo!).

Las grandes transformaciones

Por lo menos desde los 70s, han proliferado discursos, más o menos críticos, apologéticos o rigurosos, que llaman la atención sobre presuntas grandes transformaciones: luego de un largo período caracterizado por la producción en masa de productos estandarizados, sobrevinieron en los países centrales –aunque tardía y heterogéneamente en los países en desarrollo- importantes cambios en el paradigma socioproductivo que desde los años 70 debe responder a una demanda cada vez más orientada a la diversidad, a la novedad, a la calidad y a los aspectos simbólicos de los productos.

Sin hacernos preguntas que no sabríamos responder, como por ejemplo hasta qué punto cambiaron las cosas o nuestra manera de abordarlas, lo cierto es que los nombres y los conceptos que pretenden hablar de esta transformación, tales como “sociedad de la información”, “sociedad en red”, “economía del conocimiento”, “capitalismo cognitivo”, “capitalismo cultural”, “industrias creativas” y un largo y tedioso etcétera, dan cuenta de cierto giro cognitivo/cultural/lingüístico/creativo… (poco importa la denominación) en las economías y en la manera adecuada de hablar de ellas. Más allá de la conveniencia para los autores de inventar una gran ruptura en sus libros para venderlos mejor, el fenómeno parece exceder esta consideración más bien práctica y malintencionada.

Industrias creativas

Pasar revista a todos estos conceptos excede las pretensiones del autor y la paciencia del lector, por lo que iremos directamente al que nos interesa. Del mismo modo que conceptos previos como el de industrias culturales, el de economía creativa e industrias creativas debe pensarse como una “nueva narrativa de ruptura de fronteras entre la economía y la cultura” (O’Connor, 2007). La noción de industrias creativas, que se ha desarrollado en las últimas dos décadas, extiende las industrias culturales más allá de las artes y pone el foco en el potencial económico de actividades que hasta hace poco tiempo no se consideraban económicas. Estas actividades habría tenido un desempeño económico superior en los últimos años y se caracterizan por situarse entre las artes, la cultura, los negocios y la tecnología, empleando el capital intelectual como principal insumo (UNCTAD, 2010).

Según el ámbito en que se definan, es decir, según el país, ministerio, organismo, etc., estas industrias pueden incluir un rango amplio de actividades tales como la música, los libros, los diarios, las artes visuales y escénicas, la cinematografía, la animación digital, los videojuegos, la arquitectura, la publicidad y el diseño en todas sus formas.

Se trata de cultura, sí, pero desde una perspectiva que atenúa la línea divisoria entre sus modalidades “alta” y “baja” hasta hacerla casi desaparecer (¿la publicidad y los videojuegos ahora son cultura? podrá preguntarnos socarronamente el culto guardián de la cultura) pero sin caer en la tentación “antropológica” (etiqueta injusta para la antropología) de resignarse a que “todo es cultura” (sugerir algo así como que la cultura representa el 100% del PBI sería beneficioso para los gestores culturales pero ridículo para todo el mundo). Y todo desde una perspectiva que procura echar luz sobre sus aspectos económicos, cuidándose de no negar o descuidar los culturales o “simbólicos” (porque son herejes… ¡pero no tanto!).

Economización/culturización

Armados con los enfoques de las industrias culturales o creativas y de las mediciones que los sostienen, un batallón de gestores culturales ha golpeado las puertas del financiamiento público demandando alguna proporcionalidad entre el aporte económico de la cultura (al producto bruto, al empleo, etc.) y lo que recibe, casi como si gritaran “aportamos el 10% del producto bruto… ¡queremos el 10% del financiamiento!”. O al menos acercarnos más. Algo de eso hay en la “visibilización económica de la cultura”.

Ahora que la cultura está visibilizada económicamente y bien o mal medida, se abrieron nuevos territorios burocráticos para los gestores culturales: ya no estarán confinados a los ministerios de cultura… la cultura pasará a tener su lugarcito (pequeño pero creciente) en los ministerios de economía, en tanto los sectores/actividades culturales son ahora también económicos. En el camino, los gestores culturales (aún antes de recibir ese nombre) emprendieron un arduo trabajo de evangelización (todavía en curso) para intentar convertir a los funcionarios de las carteras económicas y hacerles ver las grandes bondades económicas de la cultura (bondades económicas que se superponen a las culturales, en una feliz y conveniente amalgama).

¿Cómo es eso posible? ¿Cuál es ese misterioso movimiento que llevó a la cultura a estas nuevas y aburridas oficinas? Como muestra, basta observar el itinerario del área encargada de la promoción de las industrias culturales (luego creativas) del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: desde la cartera de Cultura hasta la de Desarrollo Económico.

En este punto echamos mano al concepto de economización: “el ensamblado y calificación de acciones, dispositivos y descripciones analíticas/prácticas como ‘económicas’ por parte de científicos sociales y actores del mercado” (Calıskan y Callon, 2009. La traducción es nuestra). Es decir, lo económico no como sustancia sino como resultado de un proceso que lo designa como tal.

En esta tónica, puede decirse que los enfoques de las industrias culturales y creativas funcionan como dispositivos de economización de la cultura. De ahí que sea más adecuado decir que el valor económico de la cultura no es “visibilizado” sino directamente “instaurado” por este tipo de discursos (¿al precio de atenuar el aura que ostentaba la cultura?). No tenemos espacio para desarrollarlo, pero ¿acaso no puede decirse más o menos lo mismo acerca del valor económico de la ciencia y la innovación?

Pero ahora que observamos la economización de la cultura… qué nos impide reconocer a su prima hermana, la “culturización de la economía”? A través del marketing, del diseño y de otras disciplinas relacionadas, se nos invita a reconocer y actuar sobre la dimensión “simbólica” de (casi) todos los bienes y servicios de la economía, no solamente los “culturales” (al menos a los ojos de ciertos analistas, los signos proliferan al punto de hablar de “economías de signos”…). Justo cuando vemos que ahora la economía habría extendido su alambrado hacia su vecina, la cultura, parece que, simultáneamente, también hay un movimiento contrario. Pareciera que tenemos ya una idea de que el trabajo no será nada fácil… ¡pero definitivamente avanzamos poco y nada con el catastro!

El capitalismo, su espíritu y sus críticas

Viendo que el problema es importante, retrocedamos un paso más y preguntémonos de dónde puede haber surgido este movimiento simétrico de economización de la cultura y culturización de la economía. En este punto nos puede ayudar los conceptos de espíritu y crítica del capitalismo (Boltanski y Chiapello, 1999).

Definiendo de forma minimalista al capitalismo como “una exigencia de acumulación ilimitada del capital por medios formalmente pacíficos”, éste no podría perdurar y mantenerse por sus propios medios: necesita una fórmula ideológica, un espíritu que permita a las personas proveerse de buenas razones de jugar el juego. Las personas necesitan razones para levantarse e ir a trabajar todas las mañanas, y la subsistencia tiene su importante papel pero no suele ser suficiente.

Esta fórmula ideológica busca reglar tres cuestiones vitales: cómo excitar y crear entusiasmo alrededor de una forma de vida que parece absurda, cómo asegurar a sus participantes una mínima seguridad y cómo justificar su participación en términos del bien común. En este orden de cosas, la crítica juega un rol fundamental, no solamente haciendo que el capitalismo cumpla algunas de sus promesas, sino también endogeneizando progresivamente al menos una parte de sus críticas.

Los autores distinguen dos grandes tradiciones de críticas anticapitalistas. Por un lado, la crítica social se opone a un capitalismo que considera fuente de miseria en los trabajadores y de desigualdades de una amplitud desconocida en el pasado. La crítica artista, por su parte, concentra su inquietud en un capitalismo doblemente denunciado como fuente de desencanto e inautenticidad de los objetos, las personas, los sentimientos y, más generalmente, del modo de vida que le es asociado; y como fuente de opresión, oponiéndose a la libertad, la autonomía y la creatividad de los seres humanos. Esta gran división sugiere la dificultad del trabajo crítico, que no puede sostener en un mismo marco coherente estos distintos recursos de indignación: los tipos de bienes morales sobre los cuales se elevan las quejas no son necesariamente compatibles.

Final

De este modo, las industrias creativas y, más en general, toda la apología económica de la cultura y la creatividad -y los procesos de economización de la cultura y culturización de la economía que implican-, pueden leerse como una victoria de la crítica artista para transformar el capitalismo. De este modo, lo que antes podía ser considerado prácticamente un oxímoron (industrias creativas, industrias culturales, economía cultural… ¡y hasta emprendimiento cultural!) ya deja de serlo para transformarse en casi una exigencia. Al punto de que el primer ministro británico llegó a exclamar que “todas las industrias son creativas” (o mejor dicho, ¡deberían serlo!).

Obviamente, del dicho al hecho hay un gran trecho, por lo que resta mensurar qué tanto se extiende la creatividad a lo largo y ancho de las posiciones efectivamente disponibles… ¡pero lo cierto es que la exigencia de la creatividad también obliga a crear nuevas posiciones! Qué tan equitativamente se distribuye el equipamiento para hacer todo eso con algún grado de éxito, es un tema espinoso sobre el cual nada autoriza a ser demasiado optimistas.

En definitiva, sólo resta confirmar que perimetrar la economía y la cultura (¿ya?) resulta una tarea tan inútil como imposible y que más vale derribar un alambrado que tal vez sólo haya existido en nuestros temores y nuestras esperanzas.

Bibliografía

BOLTANSKI, Luc; CHIAPELLO, Eve (1999), Le nouvel esprit du capitalisme. Gallimard, Paris

CALISKAN, Koray; CALLON, Michel (2009), Economization, part 1: shifting attention from the economy towards processes of economization. En Economy and Society, Vol. 38 N° 3, agosto 2009: 369-398.

O’CONNOR, Justin (2007), The cultural and creative industries. A review of the literature. Arts Council England, Londres.

UNCTAD (2010), Creative Economy. Report 2010. Naciones Unidas, Ginebra.

AUTOR

LUCIANO BORGOGLIO. Economista, Magister en Sociología Económica y Magister en Ciencia Política por la Universidad Nacional de San Martín y Doctorando en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Consultor e investigador en temas de desarrollo económico (en particular innovación e industrias culturales/creativas con énfasis en el diseño).

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